Tal vez lo mejor de Noé (2014) es cuando la locura se
confunde con la lealtad mesiánica. Noé (Russell Crowe), luego de experimentar
con una serie de sueños o epifanías que son el recado del próximo juicio de la
humanidad en manos del “Creador” (Importante: hay mucho cuidado al momento de
citar a este ser supremo que fácilmente puede ser ajeno a la creencia cristiana),
va siendo víctima de la responsabilidad que se le ha asignado. Noé se
interpretaría como una especie de superhéroe postmoderno, uno que no solo tiene
que enfrentarse al mal, sino también a los suyos y a sí mismo. Hay una batalla
interna incesante y esta llega a su punto álgido con el anuncio de un “milagro”,
o tal vez “negligencia” a manos del egoísmo humano que va en contra del
mandamiento divino. El nacimiento de una nueva prole implicaría la frustración
de los planes de Noé, que son los planes del Creador. Las cosas no han marchado
cómo debían, entonces ¿cuál es el nuevo plan? ¿Qué hacer? ¿Cómo proceder incluso
cuando el mismo Creador ni si quiera se pronuncia? Noé toma en principio una decisión,
aquella que lo coloca en la penumbra de la locura.
Darren Aronofsky está
a lejos de lo que hizo en sus anteriores trabajos. Historias que en cierta
forma también derivaban al conflicto psicológico, protagonistas que de pronto
adquirían una personalidad dual, luego quebrándose, colapsando, siendo víctimas
de sus propias obsesiones, por ejemplo, el descubrimiento de una fórmula
universal (Pi, 1998), las drogas (Réquiem por un sueño, 2000), la perfección (El cisnenegro, 2010) o, como pasa en su último filme, el deseo de concretar un mensaje
divino, aunque contemplado con un peso más liviano. Hay una especie de
condescendencia con este personaje del que no se examina un padecimiento gradualmente
crítico, a pesar que está bajo el orden de normas que son supremas y, por lo
tanto, con efectos que deberían tener consecuencias o pesares más lapidarios. Noé transita además por una serie de
premisas convencionales que provoca sea subestimada desde un principio. Recién
a la llegada de un conflicto moral/espiritual, la película toma interés. El
personaje de Noé pasa de ser la esperanza de vida a ser un mensajero de la
muerte. Lastimosamente, esto se resuelve nuevamente con fórmulas conocidas. El
final, sin embargo, deja una pequeña semilla. El orden de las cosas está en que
siempre habrá equilibrio. Tanto el bien y el mal coexistirán. Queda entonces
preguntarse, ¿fue culpa del hombre o es acaso otra prueba del Creador?