Artículo publicado originalmente en Cinespacio.
Pelotón (1986), al igual que otras películas realizadas por directores de la misma generación de Oliver Stone, se centraba en el conflicto de un personaje en medio de una encrucijada moral. Era pues la historia de un soldado, Charlie Sheen, y sus “dos padres”, el bueno y el malo. Willem Dafoe como el sargento de cordura equilibrada, el jefe justo que prefería rehenes a ultimados. Tom Berenger era el sargento implacable, el que promovía la matanza e incentivaba la insurrección. Wall Street (1987), de la misma manera, se sostuvo de esta dialéctica moral. Charlie Sheen, nuevamente, decidía entre los consejos de su padre biológico, Martin Sheen, y su padre ideológico, Michael Douglas. Con Salvajes (2012), Oliver Stone pone punto aparte a su cine de corte político para retomar el cine sobre la moralidad, aquella que dispone a sus personajes una oportunidad para redimirse.
Salvajes narra la historia de un trío de amigos-amantes. Ben (Aaron Johnson) y Chon (Taylor Kitsch) son dos traficantes de drogas a mediana escala de Laguna Beach. Ambos son fundamentales para la empresa. Ben se dedica a la negociación y distribución, mientras que Chon se hace cargo de los cobros y deudas. El primero es filántropo y un admirador de Buda. El otro es un ex soldado que sirvió en Afganistán y un castigador a sangre fría. En medio de ellos se encuentra “O” (Blake Lively), una belleza paradisiaca dispuesta a satisfacer o amar a ambos jóvenes. Desde estos estereotipos, Oliver Stone en principio emprende su historia desde una dinámica sobre lo moral. Ya en el primer fragmento de la película, los personajes de Salvajes contemplarán el buen camino o el mal camino. Ben y Chon tendrán que decidir entre continuar con el negocio, el que incluye asociarse a un cartel mexicano, o el de concluir sus actividades y ceder su mercado a los mafiosos supremos. Es entonces someterse o redimirse.
Scarface (1983) y Asesinos por naturaleza (1994), en cuestión de temas, serían las películas que Stone revisita. Es por un lado su antigua afición por el tema de las drogas y el narcotráfico, mientras que por otro es su atracción a situaciones o impulsos violentos, aunque más albergado a una inclinación morbosa, y esto parece incluir también a los citados sexuales. Las primeras imágenes de Salvajes más parecen hacer rito de una secuela de Saw o algún fragmento snuff. Los encuentros íntimos de Ben y Chon junto con “O”, sea en pareja o en trío, tienen un apartado y tratamiento especial que se aleja de la misma trama. Oliver Stone por un lado recrea una historia que posee un ambiente encantadoramente sórdido, mientras que por otro pinta con aire comercial su filme que aspira de fascinaciones espectaculares, tipo Tarantino, solo que reprimiendo el lado estético, aquel que apenas logra manifestarse en el matizado pictórico compuesto por colores vivos al estilo del último Tony Scott.
Lo mejor, o más bien lo satisfactorio de Salvajes, es ver a actores como Benicio del Toro, John Travolta o Salma Hayek haciendo lo suyo de forma apropiada. Esto es también de paso un engranaje más de la convocatoria de ciertos usos comerciales que resume el director en su último filme. El trío de jóvenes actores es el lado menos carismático de la película. Una especie de pequeño círculo intentando aspirar a ser violentos, duros e inhumanos. Otro punto, como lo habíamos mencionado anteriormente, algo ajeno a la película, es sobre el retrato de sociedad intima que surge entre estos mismos personajes que juegan a ser amigos y amantes, elevando ese estilo de vida hasta una especie de filosofía yonki, cuestión que se alterna de la trama. Salvajes finaliza con un desdoblamiento, entre satisfacer el morbo comercial y el de sujetarse a una “lógica” de lo real. El dato anecdótico del desenlace; Oliver Stone hace cita de una escena final de la genial Tráfico (2000), de Steven Soderberg. Es el mismo escenario, solo que con un personaje distinto.