A propósito del último filme de Terrence Malick, El árbol de la vida, actualmente en cartelera, una crítica de sus cuatro películas que forma parte de su filmografía.
De todo hay en la
viña del Señor
Arthur Penn en Bonnie & Clyde (1967) extendió una
pistola a dos sujetos “sin nada que perder” y creó un clásico en el cine del
género criminal. Una película que en breves momentos describe la mediocridad
biográfica de una pareja dispuesta a correr el riesgo con la intención de
cambiar su historia, digna de ser impresa, fotografiada, novelada. Una historia
atractiva que dentro de todo no prevalece en su trama. El clásico filme de Penn
se manifiesta inicialmente con el boceto de un robo. El ingreso a un banco de
dos personajes jugando a ser los bandidos del pueblo. Bonnie y Clyde, la pareja
de armas tomar. Un dúo simplemente simpático que casi roza con lo ridículo,
fruto de su improvisación. Lo cierto también es que Bonnie & Clyde es una película violenta, que a medida se
extiende la captura de esta dupla, las víctimas van acumulando; y lo que aún es
más sorpresivo, es que existe una necesidad por graficar los enfrentamientos
violentos de una manera cruda y realista. Arthur Penn contrasta dichos estados
de ánimo, trepando de la comedia a la tragedia, de las bromas a los
pistoletazos a quemarropa.
Badlands (1973), opera prima de Terrence Malick, fue una película que causó
tardíamente una mayor curiosidad a pesar de ser bien acogida por la crítica en
el New York Film Festival de ese
mismo año. De su director poco se sabe, y lo que se sabe es que no desea que
sepan mucho de él. Lo cierto es que su primera película hace una remembranza al
filme de Arthur Penn, y no necesariamente porque ambos comparten el retrato de
una pareja de fugitivos que tiene problemas con la ley. Malick, de igual forma,
revela un filme que guarda las apariencias genéricas al situar película como un
melodrama más, pero que poco a poco va emergiendo un lado oscuro e inquietante.
Si bien Arthur Penn provoca al enfrentar la simpatía de sus personajes con la
recreación de imágenes violentas; en Badlands,
que ciertamente no es una película que cristaliza la violencia al mismo grado
de Bonnie & Clyde, obtiene el
mismo crédito a partir de los perfiles psicológicos en sus protagonistas. Kit
(Martin Sheen) y Holly (Sissy Spacek), a diferencia de Bonnie y Clyde, son de
sesgo apagado, menos carismáticos, más sentimentales y de un espíritu extraño.
Una versión introvertida de la pareja fugitiva de Penn.
Kit, luego de asesinar
al padre de Holly, ha decidido escapar del pueblo junto con la joven. Lo que a inicios
se aproximaba a una historia de amor irrumpida por el prejuicio social de un
patriarca, se torna como la huída de una pareja –asesino y cómplice –que no
posee algún rastro de culpabilidad frente a una serie de aniquilaciones que
irán perpetrando a mitad del camino. Tanto Kit como Holly son dos seres
atrapados en su propio mundo y no teniendo ambos algún interés por cambiar eso.
Kit posee un repelente de tragedias, uno que lo libera de grandes
preocupaciones como perder un puesto de trabajo, asesinar a alguien en el
camino o asumir una pena letal por esto mismo. Kit apenas deja escapar una
sacudida de brazos cada vez que la situación se agrava, una situación que se acerca
más a una mera rabieta en lugar de una crisis emocional. Holly, a pesar de
tener solo quince años –diez menor que Kit –, posee una candidez y una sumisión
irregular, una que le impide diferenciar entre la vida y la muerte. Luego que Kit
asesinara a su padre, la joven abofeteará a su amante para que seguido de eso
retome el mismo estado de sometimiento e indiferencia.
Más que en la crudeza
de sus imágenes, Badlands es violenta
a partir de cómo sus protagonistas conciben la realidad trágica en sus vidas. Kit
y Holly se perfilan como dos asesinos que no tienen carga de culpa, algo que
incluso los aparta de ser cínicos o psicópatas, ya que no justifican sus
acciones ni disfrutan de ellas. Malick crea a dos personas libres de
agresividad u odio al prójimo. No existe una evidencia clara de asegurar si son
seres insensibles frente a los males ajenos, como ocurre en la escena en que
Kit dispara a un amigo suyo y envía a Holly para que le haga compañía. Existe
lo que es una conciencia de los hechos, sin embargo no existe una respuesta
“natural” frente a estos mismos, lo que enfatiza más a declararlos como seres
incomunicados, no correspondientes a lo socialmente racional. La fuga hacia un
lugar sin rumbo, el internamiento a la naturaleza salvaje, la construcción de
un hogar en medio de los árboles, la fabricación de un idioma de sonidos
solamente entendido por ellos, es nada más que el divorcio a la rutina, a la
naturaleza civilizada, una que no se aleja de la violencia que ambos jóvenes
van desatando en los bosques o campos. Badlands
ironiza al crear una persecución a manos de un grupo que en la vida cotidiana
convive diariamente con la muerte.
Durante la estadía en
el pueblo, Kit encuentra a un perro muerto entre los basureros, Holly abandona
a su pez enfermo en medio del gras, el padre de Holly escarmienta a su hija
matando a su mascota, el mismo Kit trabaja en un matadero. La muerte rodea la
realidad civilizada, la misma que ha engendrado a Kit y Holly, dos prófugos que
escapan de sus iguales, aquellos que penalizan la violencia con violencia. Si
algo se va concibiendo en este primer filme de Terrence Malick, es que
ciertamente existe un razonamiento por el cual tanto el hombre como la
naturaleza se combinan hasta el punto de ser parte de un todo. No existe
humanidad sin la naturaleza, una que el hombre ha convertido en civilización,
pero que a principios era salvaje.
Apocalipsis 8:7
Uno de los detalles
que llama la atención en Badlands
(1973) es el valor extradiegético que se emplea, este sostenido por la voz en off de Holly, la joven sumisa y
despreocupada, quien a medida que la película va sucediendo –casi enteramente de
forma lineal –, sus palabras son oídas ocasionalmente, mas siempre desligadas
con lo que está ocurriendo. Es decir, Holly está en su cama junto a su perro,
pero internamente va contando sobre cómo la muerte de su madre provocó que su
padre decidiera tomar un nuevo rumbo junto a su hija. Este narrador, poco o
nada, hace referencia a su contexto. Un narrador que más que “narrar” funciona
como la entrada –una especie de libro abierto –que descubre a este enmudecido
personaje. Holly, si bien posee una postura subyugada a la presencia de Kit, su
amante, esta deja manifestar su modo de ser a través de sus monólogos
interiores, discursos que divagan y que terminan por modelar el perfil de una
mujer que en la realidad es hermética. Días
de cielo (1978), de la misma manera que en Badlands, su historia tiene como acompañamiento la voz en off de un personaje, que si bien no
posee ese enmudecimiento de Holly, este no cuenta con mucha presencia dentro de
la trama.
Linda (Linda Manz) es
una niña que en el transcurso de la película su voz es escuchada a la vez que
la observamos junto con su hermano Bill (Richard Gere) y Abby (Brooke Adams),
la novia de este, pasando sus días como jornaleros en una granja de trigo.
Terrence Malick principalmente sostiene su historia a partir de un triángulo
amoroso. Bill junto a sus acompañantes, son un grupo de errantes que han
decidido abandonar Chicago en busca de un nuevo cambio en sus vidas. La llegada
a un latifundio tejano será el encuentro con un granjero rico y solitario (Sam
Shepard), quien se enamorará de Abby e ignorará la verdadera identidad de Bill,
quien se ha presentado como “hermano” de la joven. Es así como Linda dentro del
relato funciona como un personaje secundario, uno que se asoma por instantes y
nos despista del enfrentamiento entre dos hombres amando a una misma mujer. Sin
embargo, externo al relato, Linda funciona como personaje principal, uno que,
voz en off, va redundando los hechos
que están sucediendo y que, además, va manifestando un lado que su personaje
real no exterioriza, un perfil que de hecho es un atajo para entender el
universo que Malick desea reflejar en el filme.
Tal como sucedió en Badlands, Terrence Malick recrea una
historia que le servirá como punto de partida para tocar nuevamente los mismos
temas de su primera película. Días de
cielo, si bien es el relato de un triángulo amoroso, este se desenvuelve en
medio de un conflicto existencial que sufren tanto el habitad como sus
habitantes. Al igual que Holly, Linda es la voz omnipresente que va dando
marcas en la historia de que existe una realidad distinta a la que está
ocurriendo en escena. Por un lado, la imagen es testigo de un melodrama que
envuelve a tres amantes, mientras que por otro, Linda y su voz van
revitalizando algo que posiblemente habría pasado desapercibido. La niña es
emisora de un mundo presa de una dicotomía, una afrenta latente entre dos
bandos opuestos. Malick hace frente a un discurso natural: el bien y el mal son
complemento en todo los seres, tanto hombres o animales. La misma naturaleza
está rodeada de ella, y Linda es el reflejo de este razonamiento. La mirada
inocente y tierna de un infante, convertida en la voz que vaticina el infierno
y la decadencia de un grupo de personas que tendrán un juicio por manos propias
y que no es más que parte de la vida y su naturaleza.
Días de cielo está construido bajo un contexto lleno de contradicciones.
El amor entre Bill y Abby se asoma como verdadero e inquebrantable, sin embargo
Bill consiente a su novia para que se case con el granjero convaleciente y
poder obtener una ganancia a futuro. A medida que el amor del granjero hacia
Abby va creciendo, también va gestando calladamente un odio hacia ella, al ir
sospechando la engañosa relación que lleva con su supuesto “hermano”. La
temporada de recolección en la granja, más adelante se convertirá en la
perdición de esta misma tras la llegada de una plaga de langostas, la que será
ultimada con la quema y pérdida total del sembrío luego de que ambos amantes se
enfrentaran a muerte, los mismos que tiempo atrás jugaban a ser una sola
familia. Malick tiene una necesidad por representar lo efímero, algo que viene
y desaparece por obra del hombre y su naturaleza, dos imágenes que son
complementarias, que se necesitan, pero que también se repelen, bien
destruyéndose el uno al otro o autodestruyéndose. El desenlace de la historia
no es nada más que la necesidad del director por recalcar que la existencia del
hombre es una mera profecía, una realidad inevitable que alegoriza mediante
continuos citados bíblicos.
A diferencia de Badlands, Días de cielo captó una mayor atención en la crítica sobre todo por
su valiosa estética. Es a partir de esta película que la calidad fotográfica en
la filmografía de Terrence Malick impera, sobreexponiendo el contraluz, la
oscuridad iluminada y ajena de luces artificiales, los campos de trigo con un
fondo vistosamente iluminado, finalidades artísticas que se sintonizan con el
ambiente deprimente y nostálgico que impera en la película. El filme, por
cierto, se inicia con una reproducción de fotografías, una manera de predecir
un aire de melancolía y que junto con el fondo musical del “Carnaval de los
animales” sitúan el comienzo de una tragedia. Por otro lado, la música de Ennio
Morricone recrea una reflexión de la intención del filme, al combinarse pistas
que suenan alegres y otras que son más decadentes, lo que refleja esa dicotomía
a la que hace referencia la película.