Esta nueva entrega
manifiesta que a la franquicia se le ha agotado la creatividad al punto de
rehusar premisas ya contempladas en sus anteriores historias. Se entiende que
extirpar la cuota de “amigos por siempre” sería hurtarle el espíritu a esta saga,
sin embargo, eso no impide se busquen nuevas vías que puedan retratar el tema de
la amistad. Toy Story 4 (2019) prefiere reservar una temática pesimista
y prometedora sobre la nulidad, asunto pendiente en su anterior secuela, para
en su lugar estirar el frecuente tópico de cine de aventuras, fruto de un
incidente, expreso a lo largo de toda la franquicia. ¿Qué de novedad
encontramos en este nuevo argumento? Nuevos personajes, un reencuentro, un
nuevo enemigo –lo más decepcionante de la película–, un giro inesperado. La
película dirigida por Josh Cooley parece razonar en base a lógica de un guion de
serie televisiva. Se piensa que basta la introducción de nuevos rostros, el
retorno de personajes y giros de trama para satisfacer a una audiencia.
Respecto a sus
anteriores, Toy Story 4 está a distancia de generar un humor
trascendental, el cual, en gran proporción, depende de un dúo que está
inspirado por una rutina estereotipada. El momento más dramático de esta nueva
película es breve y apresurado, casi de una emoción cortante, tal vez el precio
por racionar el drama que van teniendo los otros personajes. Al margen del
argumento, se valora, se aprecia y se superan los efectos de animación. Es lo
mejor de la película. Un escenario lluvioso es, tal vez, el instante más
glorioso que pone en evidencia la evolución en la técnica de animación de Pixar,
galopante desde la primera Toy Story.
La precisión de sus texturas, la verosimilitud en la caída de la luz y otros
detalles que, en efecto, se pueden apreciar con mayor profundidad en las
escenas estáticas, son logros constantes que ha ido de la mano con la
franquicia.