domingo, 23 de junio de 2019

Toy Story 4

Esta nueva entrega manifiesta que a la franquicia se le ha agotado la creatividad al punto de rehusar premisas ya contempladas en sus anteriores historias. Se entiende que extirpar la cuota de “amigos por siempre” sería hurtarle el espíritu a esta saga, sin embargo, eso no impide se busquen nuevas vías que puedan retratar el tema de la amistad. Toy Story 4 (2019) prefiere reservar una temática pesimista y prometedora sobre la nulidad, asunto pendiente en su anterior secuela, para en su lugar estirar el frecuente tópico de cine de aventuras, fruto de un incidente, expreso a lo largo de toda la franquicia. ¿Qué de novedad encontramos en este nuevo argumento? Nuevos personajes, un reencuentro, un nuevo enemigo –lo más decepcionante de la película–, un giro inesperado. La película dirigida por Josh Cooley parece razonar en base a lógica de un guion de serie televisiva. Se piensa que basta la introducción de nuevos rostros, el retorno de personajes y giros de trama para satisfacer a una audiencia.
Respecto a sus anteriores, Toy Story 4 está a distancia de generar un humor trascendental, el cual, en gran proporción, depende de un dúo que está inspirado por una rutina estereotipada. El momento más dramático de esta nueva película es breve y apresurado, casi de una emoción cortante, tal vez el precio por racionar el drama que van teniendo los otros personajes. Al margen del argumento, se valora, se aprecia y se superan los efectos de animación. Es lo mejor de la película. Un escenario lluvioso es, tal vez, el instante más glorioso que pone en evidencia la evolución en la técnica de animación de Pixar, galopante desde la primera Toy Story. La precisión de sus texturas, la verosimilitud en la caída de la luz y otros detalles que, en efecto, se pueden apreciar con mayor profundidad en las escenas estáticas, son logros constantes que ha ido de la mano con la franquicia.

lunes, 3 de junio de 2019

X Festival Al Este de Lima: Un elefante sentado quieto

No es azar que la ópera prima de Hu Bo haya llamado la atención y estimulado el aprecio de un director como Gus Van Sant. La historia de Un elefante sentado quieto (2018) reúne a una serie de personajes sometidos por un ánimo depresivo. Estos pertenecen a diferentes generaciones, lidian con distintas situaciones; sin embargo, no dejan de coincidir en que están inmersos en un futuro en descenso y hasta insustancial para ellos. La condición humana de estos personajes responde a una vida plagada de desalientos. Adicionalmente, sus reacciones hacen una remembranza a la insensibilidad de los detectives decadentes del neo noir. Sin motivaciones en la vida, encaran al peligro sin miedo a las represalias. Literalmente, no tienen nada que perder. Es decir, son aspirantes al suicidio, no creyentes de la vida o la realidad que los rodea, han perdido la fe en lo racional. Es por esa misma razón que de pronto los protagonistas de este filme chino se han visto atraídos hacia algo absurdo: un elefante estático que permanece sentado.
¿Estamos tratando entonces con individuos que después de todo han reconocido una motivación en sus vidas? Desde una perspectiva pueda que la naturaleza de estos personajes se contradiga a partir de su obsesión con un hecho excéntrico, aunque lo cierto es que razonan su existencia desde un concepto irracional e incluso mítico, cancelándose de esta manera el valor motivacional. Estamos tratando con un grupo que ha apostado su vida a algo incomprensible y hasta inexistente; que es lo mismo decir, hacia algo que los representa. Los personajes de Un elefante sentado quieto no buscan una esperanza de vida, y si en algún momento se esfuerzan por reconocer algún tipo de salvación o misericordia, solo confirman su decepción ante la vida. Estos están confinados a la agonía. En una escena, un personaje se refiere a esta como estigma humano. Las épocas, las circunstancias o las mismas personas serán otras, pero la agonía siempre será permanente.
A la agonía, está también el padecimiento. El filme reza que parte de la existencia consiste en sufrir un calvario, el exponerse a un largo trayecto de pericias. De ahí por qué Hu Bo los pone a caminar a sus protagonistas, les traza rutas de a pie que parecen interminables. Sucede con los personajes de Gus Van Sant o el protagonista de El fuego fatuo (1963), de Louis Malle. Todos marchan hacia un destino trágico. La diferencia que los distancia es que los personajes de Un elefante sentado quieto han asimilado su realidad trágica sin recurrir a un suicidio físico. El suicidio al que se inclinan estos es simbólico, un viaje o escape hacia una ciudad que los llevará en donde está sentado y quieto el elefante que es presentado como la atracción principal de una feria. No es gratuito que al final, en un acto de celebración y siguiendo la lógica simbólica, los viajeros, a puertas de su meta, jueguen entre la penumbra.

domingo, 2 de junio de 2019

X Festival Al Este de Lima: En mi habitación

Atractivo filme el de Ulrich Kohler. Su protagonista es un hombre que tal vez ni llega a los cuarenta, sin embargo, algo en su actitud y postura encorvada lo denotan como alguien avejentado e infeliz. Armin (Hans Low) parece arrastrar algo de fracaso y frustración en su rutina. A este cuadro se suma una desdicha a puertas: su abuela agoniza. Vamos conociendo un poco más sobre su intimidad. Desintereses y resentimientos familiares expresan más razones para entender que hay mucho de desaliento en la vida de Armin. Sin ser literal, Kohler crea como una frontera entre el hombre y los suyos. Hay algo de solitario en él, que lo obliga a mantenerse al margen, que lo hace sentir un extraño dentro del territorio paternal o maternal. No se siente a gusto en un lugar o en otro. Entonces sucede algo. Justo cuando el drama va tomando forma, un inesperado giro acontece, y la película parte nuevamente de cero.
Después de “eso”, En mi habitación (2018) sigue siendo un drama, aunque ahora bajo un tópico diferente. Armin “despierta” en una nueva realidad que pondrá a prueba sus facultades y caracteres. El protagonista emprende una odisea en solitario, un momento a solas que podría ser el inicio de una tragedia, a propósito de los (pre)conceptos que tenemos de él. Lo cierto es que sucede todo lo contrario. De pronto lo que lucía defectuoso en un momento, en el nuevo presente, bajo las circunstancias cambiadas en que se encuentra Armin, es fructífero. En mi habitación es una película que reflexiona sobre el hombre y su entorno, las motivaciones humanas en relación a lo que le rodea. Lo que resulta ser una pesadilla para unos, para otros es un sueño hecho realidad, y a Armin se la ha cumplido algo que posiblemente deseaba en silencio.

X Festival Al Este de Lima: La carga

El protagonista conduce un camión de carga de Kosovo a Belgrado, y a pesar que casi toda la película transcurre en la carretera, no estamos tratando con una road movie. La carga (2018) relata la historia de Vlada (Leon Lucev), un conductor que labora para la OTAN a finales de los noventa, momentos en que la guerra en los Balcanes se concentraba en la ciudad de Kosovo. Es a propósito de esa coyuntura que el director Ognjen Glavonic no pretende convertir al camionero en único centro de atención. En su lugar, este personaje parecer ser un excursionista más en una nación disuelta, lugar plagado de personas en tránsito. La ruta de camino despliega un panorama de la migración forzada. Eso responde a la atmósfera desoladora e inhóspita, espacios vacíos y una continua fiscalización. Es una película que retrata un drama amplio, a pesar que existe instantes de dramas personales, que no son más que prolongaciones de la crisis nacional.
Vlada parte de Kosovo con una interrogante y, tal vez, un presentimiento. ¿Qué está transportando? ¿Qué es ese cargamento que se le ha prohibido ver? Es posible que siempre lo supo; sin embargo, cumple con la orden ante la necesidad. A raíz de esto es que la película en un principio se pueda interpretar como un thriller. Lo cierto es que la intención del director serbio es más simple. La sola premisa de La carga se convierte en una metáfora sobre los ciudadanos que han optado por quedarse. El estancamiento y resignación de quedarse implica un peso doloroso. Claro que eso no garantiza que los que se marchan tengan un aura optimista. Un optimismo falso, sí. El conflicto no solo ha generado pérdidas físicas y materiales, sino que también ha aniquilado los ánimos, especialmente, en las generaciones adultas. Es una comunidad sobreviviente, aunque marchita, posiblemente –en base al cierre de la historia–, en espera que los jóvenes renueven los ánimos.