El tránsito de la década de los 70 en EE. UU. es el marco de fondo de una particular historia de amor. Una vez más, Paul Thomas Anderson es persuadido por el retrato nostálgico. Existe pues una relación muy estrecha entre varios directores del cine de autor estadounidense y la nostalgia. Ahí están Martin Scorsese, Quentin Tarantino, Terrence Malick o la misma estética vintage de Wes Anderson. Se ha concebido una suerte de escuela en donde autores le rinden culto a su pasado, y no en un sentido de orgullo histórico -esa es la escuela del western-, sino en un sentido sociocultural. Estos directores retornan a sus recuerdos generacionales a fin de revalorar ciertos patrones que construyeron su forma de pensar, su sensibilidad y filias. Es una mirada a su mundo ideal. Entiéndase ideal no como perfecto, sino como un escenario equilibrado que invoca pro y contras, en donde los contras, además de haber sido parte de la construcción y estímulo personal, son también parte de una memoria a la que se hace tributo y una continua remembranza -pienso en los personajes de Malick-. Estamos hablando entonces de una conmemoración individual. Es decir, una inclinación que escapa de un ánimo chauvinista o comprometido. Tampoco digo sean anarquistas o inconscientes sociales, sino simples fanáticos de una nostalgia generacional.
Ver el recorrido de sus dos (seudo)amantes me hace pensar que el Valle de San Fernando, socialmente hablando, era un territorio sui-generis. El gran carisma de esta película no radica en su historia de amor. Este es casi un cliché al estar a la línea de esos romances de personajes con una relación de amor/odio o que dudan de sus sentimientos hacia el otro o la otra creando una distancia más no una separación. Lo que el viento se llevó (1939), Cuando Harry encontró a Sally (1989), aunque visceral, ¿Quién teme a Virginia Wolf? (1966) y la misma Punch-Drunk Love (2002), de PTA, son ejemplos de esta clase de argumentos. Pero volviendo al punto de interés, es el trasfondo el alma de esta película. Estamos ante una historia que agrupa todas esas situaciones de culto que definieron a los 70 como una década enérgica, revolucionaria y desenfrenada. La crisis del petróleo, los asesinos seriales (y la cacería de brujas a cada hippie desprevenido), el voluntariado político o la generación del “cambio”, una vez más la liberación sexual, la hierba, las estafas comerciales, el libre mercado y algunas circunstancias más, PTA las retrata sin profundizar. Lo suyo es un repaso intensivo a las rutinas emergentes de una generación apasionada, precoz, independiente y espontánea.