A través de una compilación
de videos caseros procedente de distintos autores y grabaciones realizadas por
uno de sus directores en la ciudad de Homs, Silvered
water, Syria self-portrait (2014) registra a una nación devastada por un gobierno
opresor. En sus secuencias veremos protestas, masacres, tanto de rehenes como
de turbas manifestantes, y brevísimos testimonios de deudos que fueron
castigados bajo la orden gubernamental de eliminar a aquellos que estén en
contra de la política en vigencia. Lo compilado por Ossama Mohamed y Wiam Simav
Bedirxan son en su mayoría imágenes muy gráficas. El documental está cargado de
un lenguaje que retuerce y conmueve a consecuencia de la violencia que se
imparte. Las más impactantes tal vez sean aquellas en donde vemos a los más
indefensos dañados directa o indirectamente por este conflicto desproporcionado.
Un ejemplo. En una
larga secuencia se observa a un niño paseando entre la inmensidad de los
escombros. Me viene un inevitable recuerdo a la Alemania, año cero (1948), de Roberto Rossellini. Lo que distancia sin
embargo al niño italiano del niño sirio, es que este último preserva su
inocencia, incluso ante la alerta de un temible francotirador. Silvered water, Syria self-portrait es
también la charla entre sus realizadores. Ambos poetizando su dialéctica, o tal
vez simplemente intentando rebuscar un idioma que ausculte (en vano) la
impotencia sentida a igual por el director exiliado (Mohamed) como por la
directora residente (Simav Bedirxan), quien además es educadora. El documental
bajo ese sentido asume una postura comprometida. El testimonio de un individuo
intentando fundar un cineclub en un pueblo en estado de crisis, en donde pasen
películas realistas o de corte social, más que un gesto de afrenta es una
acción de enmienda. La misma cacería de registros sobre este conflicto, en un
estado en donde la presencia de una cámara es equivalente al ojo enemigo, es un
acto cívico.
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