Del telefilm realizado
por Tommy Lee Wallace, tengo el recuerdo de una historia que aplacaba el
terror, producto de un tratamiento que infantilizaba un argumento que contenía
a un icónico némesis. El personaje de Tim Curry es de lejos lo mejor de dicha
creación. No tengo idea de cuál sería el concepto original de esta criatura en
la novela de Stephen King, pero en este It
(1990) el payaso secuestrador de niños mascaraba a un ser de naturaleza
reptiliana y vampírica. Por su apariencia, tal vez algún extraterrestre varado
en la Tierra que decidió darle sentido y personalidad a su vida inmersa en un
lugar tan rutinario y “correcto” como cualquier pueblo suburbial de EEUU –o que
al menos obedecía a la fantasía americana representada por el cine–. A este
personaje, contrastaban los niños, protagonistas de esta historia, escasos de encanto.
Ni tenían el baile adiposo de Chunk (Los
Goonies, 1985) o el desequilibrio mental de un Teddy Duchamp (Cuenta conmigo, 1986). Ninguno fue memorable.
La nueva versión de It (2017), para bien, da equilibrio a
las cosas. Pocos son los argumentos cándidos que atentan contra el ambiente
malévolo de la historia. Definitivamente, esta no es una película en búsqueda
de un público infantil que se identifique con los protagonistas. Al margen de
la violencia o el gore que sugieren
discreción, existen además discursos que imploran por una lectura no
superficial. La adaptación de Andrés Muschietti construye el terreno
fantástico, a medida que lo vincula con su terreno tangible. En la década de
los 80, un grupo de niños es consciente de una maldición que ha azotado a su
pueblo desde tiempos memorables. Todo empieza con la obsesión de uno de los
miembros por encontrar a su desaparecido hermano, arrastrando al grupo hasta revelar
rastros de un origen –periodo actualmente imprescindible en toda película slasher–. “Eso” retorna cada 27 años
trayendo desgracias y gestando la violencia entre sus habitantes.
Actos de injuria,
racismo, desacuerdos políticos; toda una serie de eventos que terminaron en
lutos colectivos son consecuencia de dicha maldición y que forma parte de la
fuente histórica de dicho pueblo. King
crea personajes de identidades muy marcadas por su contexto, y esto se hace
evidente en el filme del director argentino. La trama da pauta que los hechos
infaustos son consecuencia de “Eso”, pero basta ver el entorno de cada uno de
los protagonistas para percibir que no hace falta de un maligno para que la
maldad cohabite y se encurta en las generaciones tempranas. It es la historia de un ser que
atormenta mediante la cristalización de los miedos de sus pequeñas víctimas, y
es también la historia de una Historia plagada de miedos y otros fantasmas
sociales, de cómo los más chicos beben de estas tradiciones que han trascendido
de generación en generación.
It
es metáfora de toda una costumbre llena de violencia que germina de forma
innata en cada uno de los habitantes de un circuito. Es de terror el final que
le aguarda al antagónico de este filme, no por el acto, sino por su significado
y lo que podría representar para los niños, aspirantes a ciudadanos comunes. No
hay muchas alternativas para sus respectivos futuros. Resuena esa idea de que
la maldición (o la Historia) volverá a repetirse. Lo pasado seguirá siendo
vigente en el presente, y posiblemente los niños de adultos seguirán
conservando mismos miedos. Se entiende entonces por qué It resulta ser más estimulante desde su lectura no fantástica.
Claro que tampoco decepciona como sola película de terror. Andrés Muschietti
tiene mismos artificios de su anterior Mamá
(2013) –repitiendo incluso una secuencia que sucede en una biblioteca pública–,
algunas fórmulas previsibles, aunque el suspenso y el terror siempre manteniéndose
en hilo.
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