El retiro de Logan
(Hugh Jackman) cierra un círculo vicioso que, en efecto, le otorgó esa cuota
más humana y compleja, respecto a sus otros congéneres. En la última película
de James Mangold vemos nuevamente al mutante solitario, hostil y recio ante
cualquier sentimentalismo. No es la primera vez que lo conocemos en esa faceta.
De hecho, siempre fue así. Desde su primera aparición en X-Men (2000), al término de la historia, veremos a Logan “tomando
prestada” la moto de uno de sus compañeros y huyendo sin una dirección clara de
los que lo acogieron. Salvo en X-Men:
Primera generación (2011), vemos a un Logan establecido, algo inusual para
esta nómada. Incluso en una secuela como X-Men:
Días del futuro pasado (2014), vemos dos finales de este personaje: siendo
acogido por su mentor y siendo capturado por los antagónicos (aunque hay algo
que no está del todo claro). Es como si el destino siempre le fuera adverso a
Logan; un mutante de tinta trágica.
En Logan (2017) está esa misma
personalidad, solo que enfatizada. El personaje de Jackman aquí es un
alcohólico, de aspecto desgarbado, asumiendo un oficio que lo acerca a un
“sueño” que dentro de su realidad es utópico y hasta absurdo, y es seguro que
hasta él mismo es consciente de ello. El deterioro del ex X-Men es claro, y tal
parece que ni su reconstrucción celular parece frenar algunas heridas, las
grietas de su rostro, la canosidad. Es el “inmortal” queriendo morir. Ni si
quiera su responsabilidad frente a Charles Xavier (Patrick Steward) lo detiene,
a quien cuida del acecho humano, pero de paso lo estimula a menguar mediante un
asilo y una frecuente medicación. La rutina monótona y la soledad de estos
personajes se alterarán a la llegada de una desconocida en busca de ayuda. Lo
que sucederá será un salvamento heroico al estilo de Logan; es decir,
haciéndolas de héroe, aunque manteniendo ese sesgo de antihéroe.
Entonces se convocan
mismos antagónicos, mismos retos y miedos que, de igual manera, siempre han
rondado en el historial de este mutante. Aunque indirectamente, una vez más
vemos a la humanidad perversa queriendo experimentar con Logan. Científicos y
militares hacen su aparición. Son los enemigos por excelencia del llamado
Wolverine. Contra su voluntad, Logan tendrá que hacerse cargo de una niña
acosada por estos humanos. No es la primera vez que Logan hace las de niñero.
Se abre de esta forma una brecha camino a la redención. Es a propósito del reto
que Logan hace frente a sus miedos; la negación a lo solitario, a la
hostilidad. James Mangold le otorga una dosis de cine de género al filme y de
paso manifiesta sus filias. Cine de persecución (que da como resultado a una
secuencia que es un gran guiño a Mad Max:
Furia en el camino), road movie,
un citado a Shane (clásico western decadente
de George Stevens). Decepcionante es su inserción a un cine gore. Una despedida “digna” no
implica tenga que ser una sangrienta.
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