No es de extrañar que
Yorgos Lanthimos se anime por realizar una historia ambientada en el siglo
XVIII. Y es que el aludir a las cortes imperiales del Viejo Continente en aquel
entonces nos remite a entornos y personajes frívolos y extravagantes, rasgos
que son medulares en las películas que hasta la fecha ha realizado el director
griego. Esto, mediante gestos reiterados –desde el comportamiento aparatoso de
sus protagonistas hasta la malformación del campo visual provocado por los
lentes en “ojo de pez” –, nos vincula a una realidad insalubre. La reina Anne
(Olivia Colman) padece de la temible gota, pero además de un temperamento
vulnerable, lo que resulta ser su verdadera cruz –y de paso la de su propio
reino–. El cuerpo y la mente en el cine de Lanthimos están asociados a lo
defectuoso. Ambos, de alguna u otra manera, emergen esa insalubridad. Las
heridas en su fílmica, ciertas producto de la autolaceración, acentúan la
personalidad de sus individuos dementes.
Así como en El sacrificio del ciervo sagrado (2017),
en La favorita (2018) vemos también
cómo la llegada de un intruso eclosiona el conflicto en la trama. El ingreso de
Abigail (Emma Stone) al palacio inglés irá contrariando silenciosamente a Sarah
(Rachel Weisz). La favorita de la reina comenzará a percibir un gesto invasivo
en la presencia de la nueva sirvienta. Estas primas de sangre poco a poco se
convertirán en enemigas, siendo la pugna o premio el cariño de la reina, o lo
que representa el poder para estas mujeres. Lanthimos no relata una historia de
amor y celos. Es más bien una historia sobre el arribismo y la supremacía, en
donde vemos a sirvientes manipuladores y una ama sometida a estos, aunque en
cierta medida. Pasa pues que la reina Anne, la protagonista menos presencial de
la historia, nunca deja de ser el centro en un enfrentamiento de a dos,
asumiendo su persona un rol de “dios” dentro de esta riña de humanos o lacayos.
Su decisión desvariante es la que pone en jaque los triunfos independientes de
sus acompañantes, al punto de reordenar la ley vertical del amo-criado.
La favorita preserva ese humor involuntario y sarcástico del cine de Lanthimos,
los que son provocados por los achaques temperamentales o el carácter contenido
de sus personajes. Pero, a propósito de esto, este su último filme es también el
menos ambiguo de su filmografía. Desde Kinetta
(2005), el director griego ha sembrado sigilosamente la comedia enmarcada en
cuadros de intimidad dramática. Por el contrario, La favorita siempre posiciona en primer plano el desencuentro entre
sus tres protagonistas, drama que no aparenta seriedad por mucho incluso que
haya un marco de fondo bélico. Otro punto a atender, y que de paso esclarece la
propuesta de este autor, es el diseño artístico. Este siempre ha tenido una
personalidad característica a partir de Canino
(2009): espacios blancos, arquitecturas amplias, mezclas que aluden a la
modernidad y también a la frialdad. Esto, por obvias razones, cambia en La favorita. Las construcciones
minimalistas son reemplazadas por el barroquismo victoriano. La misma
fotografía –recurso que vigoriza el arte del diseño– determina el rasgo presuntuoso
de los decorados, dorados y majestuosos. Dicho esto, Yorgos Lanthimos más que
apegarse a un diseño artístico por razones estéticas, lo hace con intención de
ambientar una “moda” que luce tan extraña y jactanciosa como sus mismos
personajes.
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