La ópera prima de Laura Baumeister abre con un terrible cuadro. Unos niños hacen un macabro hallazgo en el vertedero en donde se pugnan por la basura “seleccionada”. Es mucho para una sola toma. No han pasado ni cinco minutos y ya tenemos un escenario paupérrimo, abstemio de sensibilidad y que además explota a sus niños, quienes, a pesar de su edad, son los que expresan ese perfil indolente al hacer bromas con el vestigio que acaban de descubrir. Estamos tal vez ante una generación que ha extraviado su inocencia por anticipado. La hija de todas las rabias (2022) es un drama social contemplado desde una mirada infantil. Con esto ya podemos medir qué tan lamentable puede ser esta experiencia a propósito de esa dura convivencia que el neorrealismo italiano nos ha inculcado décadas atrás. Sucede que siempre el (des)encuentro entre lo marginal y la infancia ha gestado un plus dramático producto de una reacción compasiva hacia la fragilidad de los protagonistas. Incluso en la trágica Los olvidados (1950), por inalcanzable que sea hallar una solución ante el enorme problema social producto de una arraigada barbarie, algunos de sus personajes expresan instantes de ternura y humanidad. Claro que este filme nicaragüense no provoca el nivel de impotencia o expira el estado de villanía de la película de Luis Buñuel, sin embargo, eso no la convierte en menos alarmante o realista.
lunes, 12 de septiembre de 2022
TIFF 22: La hija de todas las rabias (Discovery)
La hija de todas las rabias se concentra en seguir el
trayecto de una niña no mayor de diez años. Ella vive en las inmediaciones del
vertedero ubicado en la capital de Nicaragua, Managua. Su rutina se reparte
entre buscar basura para que su madre pueda reciclarla y jugar con los nuevos
cachorritos de su perra, a pesar de que su progenitora le prohibió tocara la
“mercancía”. A propósito, es que se descubren dos convivencias que parecen
describir y a la vez contradecir la naturaleza de este ámbito. Tenemos el inhumano
oficio de la niña y el cálido cuidado que le da a sus cachorros, así como el
trato de la madre hacia la hija, en donde la mayor combina un paternalismo
negligente con uno afectivo. Este espacio es humanitario dentro de sus
posibilidades. De pronto, la explotación infantil, al menos en estas
circunstancias, es un gesto de resiliencia. Estamos ante uno de los tantos
casos de familias desafortunadas encontrando la forma de poder sobrevivir el
día a día en un territorio desigual, sea producto de la brecha social o del
abandono estatal. Lo que le sucede a la pequeña protagonista, es un drama
cotidiano en la Latinoamérica de los pobres. Claro que ese es solo la antesala
al drama de María (Ara Alejandra Medal), quien, literal, se convertirá en “la
hija de todas las rabias”. Y es que, si bien Baumeister centra su atención en
la menor, al alrededor gravita otra serie de conflictos síntoma de una
situación coyuntural —porque la miseria no es reciente, sino una tradición en
ese lugar/continente—.
En paralelo al drama que va
viviendo María, ya experimentando otra escala como víctima de la pobreza, vamos
reconociendo una ciudad en estado de guerra. Las protestas sociales son también
ese otro cotidiano en Nicaragua. Más que una mirada a ese problema es una
mención sin necesidad de detenerse a reconocer la razón o la envergadura de
este. La hija de todas las rabias funciona además como un radar a la realidad
del país. De pronto resulta significativo no puntualizar o referirse mucho a un
escenario en donde son habituales los actos de represión contra la libertad de
expresión. Sin anexar mucho, esta historia deja en claro el estado de
insurgencia y desesperanza que se vive a diario, y es en ese estado de
emergencia que los más frágiles son los destinados a ser absorbidos por un
sendero trágico o no gozar de un derecho a la indemnización. La hija de
todas las rabias, así como tantas películas en donde la infancia colisiona
contra un estado bárbaro, la fantasía se convierte en un medio de escape o
herramienta reparadora para que los menores puedan aprender a fuerza a digerir
eso que resulta incompresible para su sensibilidad. Ahí están películas como El
laberinto del fauno (2006) o Un monstruo viene a verme (2016),
historias en donde niños enfrentan conflictos que sus razonamientos no deberían
asimilar, pero que lastimosamente sus circunstancias se los exige, siendo la
fantasía mediadora para entender eso que los adultos no son capaces de
comunicarles.
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