Del 19 al 29 de abril, se realizará una nueva edición híbrida del festival Al Este.
Me causa cierto asombro cómo es
que esta modesta película resultó llamar la atención de los miembros de la
Academia al incluirla entre las candidatas finalistas a la sección de Mejor
película de habla no inglesa en la reciente edición de los Premios Oscar, ello
tomando en cuenta que actualmente hay una fuerte influencia en que el filtro de
valoración del jurado atienda o priorice ciertos temas de la coyuntura. Lo
único que se me ocurre es que tal vez algo haya tenido que ver el idioma de
esta película. Personalmente, no he visto una hablada en el irlandés o gaélico
irlandés. Titulada originalmente como An Cailín Ciúin (2022), esta narra
la historia de una niña, la menor miembro de una familia disfuncional habitante
de una zona rural del país. Este es un retrato de una vida retirada en el campo
que se nos presenta con un aire lánguido. Hay mucho sentimiento de frustración
en este panorama que descubre a una niña asediada por la precariedad. No solo
es la pobreza la que embarra su brillo inocente. Aquí hay también mucha
negligencia, tal vez motivada por la ignorancia propia de la limitación de recursos
o el retiro. Ahora, esto no implica que su director Colm Bairéad esté netamente
comprometido a hacer una película con alguna reflexión o crítica social. Su
motivación es más bien rescatar ese estado cálido y placentero que emerge del
contexto rural, a propósito de la fantasía de lo bucólico que la literatura
popular occidental le concedió a ese escenario.
Frente a esa búsqueda es que
surge un cambio en la vida Cáit (Catherine Clinch). Por decisión de los padres,
la niña pasará un tiempo al cuidado de una solitaria pareja de esposos,
parientes lejanos de la madre. Este es el principio de una renovación y un
gesto que resulta compasivo para la triste y cohibida Cáit. Dado los
antecedentes, esta compasión no viene de sus progenitores. Su determinación tiene
que ver más bien con una estrategia conveniente. Se podría decir entonces que
es el propio destino el que se apiada de la pequeña, algo que ella más bien asume
como un acto cargado de un nivel de desamparo que nunca había sentido. Es una
escena impresionante el de la separación. El padre, dueño de una emoción
rústica e impasible, se despide de los nuevos tutores y no de la niña. Se sube
a su carcacha aludiendo que llega tarde vaya a saberse para qué y pone en
marcha el vehículo sin vacilar. La indefensa Cáit se para en medio del camino
mientras ve alejarse entre la polvareda a su padre. El tipo será muy bestia,
pero es su padre y ahora la ha abandonado. “Se fue con la maleta de la pobre
niña”; dice la mujer quien se hará cargo de la menor. Entonces está este
cuadro. La niña en medio de la vía viendo cómo la abandonan con unos extraños y
sin ropa más el que lleva puesta. Simplemente el desconsuelo es abrumador. Lo
cierto es que lo bueno está por venir.An Cailín Ciúin es una historia sobre las
relaciones humanas a partir de un común. Si algo comparte esta pareja de
maduros esposos con la niña es que aquí todos de alguna manera son huérfanos y
víctimas de un dolor que no han aprendido a evacuar. Esto es algo que provoca
mucha conmoción y a la vez compasión. Vemos a los personajes abatidos por
ciertas razones, pero son incapaces de exteriorizar y, por tanto, calmar ese
dolor. La tristeza que no se comparte es la que daña más. Ciertamente, Bairéad
lo hace con una intención de encoger el corazón de su espectador. Pero de
pronto el afecto entre los extraños comienza a nacer y el drama se neutraliza.
Desde la llegada de Cáit, la pequeña ha mejorado su imagen en todo sentido. Es
más segura de sí. De pronto, hay color y brillo en su rostro, y eso ha
alumbrado todo su alrededor. Brota de esa manera el lado idílico de la vida de
campo, el de la vida pacífica, en donde sabes que nada te va a pasar y siempre
estarás a salvo. En este punto, no me imagino otro idioma para la película. Hay
cierta musicalización en el gaélico irlandés que hace sean más delicados y
deliciosos los acontecimientos. En tanto, los padres provisionales también
comienzan a reaccionar al cambio y presencia de la pequeña. Hay una preciosa
relación entre la niña y el hombre. Colm Bairéad construye ello desde una
representación no convencional. Aquí el amor está expresado por un lenguaje de
pequeños actos. El diálogo se reprime. Dejar un dulce en la mesa, criar a los
animales en buena compañía. Lo mismo pasa cuando retorna el drama. También es
silencioso. Esta película roba corazones.
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