Por encima de una
castración física, es una castración mental la que parece afectar al joven
Carlo Broschi, también llamado Farinelli (Stefano Rosi). Sin embargo, mientras
la presencia de su hermano Riccardo (Enrico Lo Verso) lo resguarde, todo
simulará orden o normalidad, tanto en el plano de su oficio de cantor como en
el plano sexual. En Farinelli, il castrato
(1994) el director Gérard Corbiau más que retratar a un solista realiza el
retrato de un dúo. La inquietante relación de los hermanos Broschi me recuerda
al de los gemelos de Dead ringers
(1988). En esta película, David Cronenberg junta a dos mentes que trabajan en
sintonía. Sus lazos fraternos corresponden a la de una complicidad inquebrantable.
O al menos eso es lo que ellos piensan, pues la llegada de un agente externo será
el inicio de su separación. Similar suceso ocurre en Farinelli. Aquí ese agente externo es el gran compositor alemán
George Frideric Handel (Jeroen Krabbé), el engreído de la corte inglesa, quien
intentará persuadir a Carlo para que cante exclusivamente para el rey Felipe V.
Handel es conocido por
su época como el compositor a seguir. Su arte es tan aclamada como envidiada.
Un mozuelo Carlo, sin embargo, lo rechazará sin remordimiento, pero en un
futuro, ya luego de haber probado las encarecidas adulaciones de distintas
noblezas europeas, será consciente de su conformismo artístico. Su voz hasta
entonces solo había sido explotada y ajustada a las modestas partituras compuestas
por su hermano Riccardo, otro servil de la filarmonía banal. Ambos personajes,
sin darse cuenta, fueron presas de una “castración artística” motivada por esa
fidelidad fraternal que fue sellada tras la muerte del padre de los hermanos. Farinelli apunta a ser un drama familiar
en consecuencia de un acto de egoísmo, esto a propósito de la castración de
Carlo. Lo que fue una extirpación de la masculinidad para este, para su hermano
Riccardo sirvió como fuente de motivación. El tenerlo a su lado no solo
significó estimulación para componer, sino también conducto para complacer su
sexualidad a través de todas las damas que Carlo conquistaba mas no podía
satisfacer a plenitud.
Farinelli parece
remontarse a ese imaginario que Ken Russell había representado en las biografías
de otros genios de la música clásica, tales como Mahler o Tchaikowsky. Existe
un cordón entre el estado anímico y físico de estos protagonistas, víctimas de
tormentos que eran agudizados por una época inundada por la mediocridad (o incluso
las negligencias médicas). Farinelli, il castrato
es también esa dinámica sobre genios enfrentados, una relación de admiración y
odio entre personajes. Como lo fue Salieri para Mozart en Amadeus (1984), similar caso se observa en Farinelli y Handel,
aunque de manera recíproca. Ambos despotricándose de cerca, aunque elogiándose
de lejos.
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