La habitación (2015) es lograda en su primera parte. Lástima que esta logra
extenderse solo hasta antes de la mitad de la película. Es en este fragmento en
que la historia narra el cautiverio de una madre y su hijo, hallando su gran
clímax para cuando la primera comienza a reeducar y luego imponer con tensión
dictatorial al pequeño, quien se arrepiente de haber cumplido cinco años, edad
en que, según la madre, ya está preparado para conocer la “verdad”. El director
Lenny Abrahamson hace un vuelco emocional de lo que hasta hacía poco parecía un
mundo de fantasía, idea complaciente y optimista que obviamente hace contraste
con la cruda realidad de un secuestro. A partir de entonces cualquier rastro de
cuentos de hada se habrá extinguido. Bastará un par de días para que Jack
(Jacob Tremblay) se enterara que existe un mundo afuera de la “habitación”.
Además de su celador y su madre, el niño se enteró que existen más personas en
esa llamada verdadera realidad.
La segunda parte de la
película es después de la “liberación”, una que si bien libra a los
protagonistas del horror del encierro, les trae nuevas consecuencias
dramáticas, incluyendo los rezagos postraumáticos, especialmente en la madre. La habitación, a partir de entonces, se
torna trivial. El regreso a casa abre paso a las tensiones entre los nuevos
personajes que aparecen en la historia. El filme se inclina al drama familiar,
a propósito de cómo la madre de Jack tendrá que lidiar en solitario su
conflicto interno. Entonces las cosas comienzan a manifestarse en un ritmo
acelerado. Un abuelo que toma distancia ante el “problema”, Jack abriéndose al
mundo, la madre rozando con todo lo que le rodea, la prensa que hostiga por el
amarillismo. De pronto todo parece haber hallado su rehabilitación (o al menos
el camino correcto) y ni si quiera se percibe qué tanto ha pasado el tiempo
para los personajes. Un punto más a favor, la notable actuación de Jacob
Tremblay, quien incluso es más vital que Brie Larson.
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