Miguel Mato nos
traslada a Quehue, distrito ubicado a las cercanías del río Apurimac, a fin de
ser testigos de una antigua tradición que se remonta a los tiempos del imperio
incaico: la reconstrucción del puente Q’eswachaka. Apurimac. El Dios que habla (2019) hace un acercamiento
antropológico al ritual efectuado por un grupo de comunidades que tras previas
preparaciones se reúnen para volver a montar un puente colgante, renovación que
se emprende anualmente. El documental de Mato carece de diálogos –apenas unas
líneas que nos ayuda a seguir los acontecimientos–. El director se interesa en
provocar un estímulo contemplativo ante el acto ceremonioso, en donde la
presencia visual y sensorial crea un marco místico que complementa al suceso.
El espectador se convierte en testigo de un mensaje que es objetivo y que no fuerza
a generar segundas interpretaciones. Un detalle, sin embargo, resalta y parece
convertirse en el propósito del filme. Este evento legendario –o los mismos
actores que lo emprenden– compromete a toda la comunidad, incluyendo a las
generaciones menores. Existe un deseo y adeudo por preservar esta práctica.
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