De una manera sutil,
este documental va construyendo un panorama conmovedor desde la rutina de dos
perros. Los reyes (2018) toma por
única locación el skatepark del mismo nombre. Ahí, los canes, únicos habitantes
perennes del lugar, juegan, ladran, duermen y muerden sus pocos juguetes. Al
igual que la pista cóncava del espacio o los asistentes que llegan a la misma,
los animales son presencias animadas que componen la vitalidad del lugar. El
documental no presenta más. No hay acción o personajes representativos, y los
únicos que lo son, no hablan y están en su propio mundo limitado y repetitivo. Dos
elementos, sin embargo, contrarrestan la monotonía del filme. Primero, son los
parlamentos de los skaters de paso, los visitantes frecuentes que introducen su
propia rutina, casos reiterativos que tienen que ver con el consumo de cannabis
o rencillas personales. Segundo, los planos que buscan perspectiva y variedad
del entorno. Es el mismo espacio y los mismos actores, aunque la cámara no deja
de hurgar en pos de la innovación.
Los directores Bettina
Perut e Iván Osnovikoff entienden que es imprescindible el recambio de
posiciones, ángulos y planos de una cámara estática a fin de que el espectador
no se ahogue entre la inmovilidad o el posible letargo de la cotidianidad del
skatepark. Lo cierto es que cuando esas “distracciones” han comenzado a
desgastarse, el documental comienza a persuadirnos hacia un centro de atención.
Inician entonces los primeros planos a uno de los perros, la decoloración de
los pelos, una herida asediada por insectos, un pecho frenético tal vez consecuencia
de una afección respiratoria. En tanto, no deja de ser un contraste/estimulante
de estos achaques la presencia dinámica del otro perro, uno más joven. A partir
de entonces, ya nada es igual. La rutina sigue, pero ya no es la misma porque
la mirada ha cambiado. No habrá un conflicto, pero sí se augura uno. Lo anuncian
esos acercamientos al perro viejo, además de los otros planos más lejanos en
donde se encierra el espacio que descubre un patetismo dramático, mezcla de
congoja y panegírico escrito por un ocaso que se aproxima.
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