La fantasía de las vacaciones de verano se diluye en esta emotiva ópera prima. Una familia de a tres decide pasar la época veraniega en su casa de campo, tal vez la última para uno de sus miembros. Dirigido por Sylvia Le Fanu, My Eternal Summer (2024) nos cuenta la historia de unas personas despidiéndose de un ser querido. La naturaleza soleada de un escenario danés se convertirá en fondo de un advenimiento trágico, eventualidad que, ciertamente, un padre y una hija no enfrentarán de la misma manera. Estos tendrán que seguir y fingir con un programa de ocio mientras son testigos de cómo la enfermedad consume a uno de los suyos. La esposa y madre parece aproximarse a sus últimos días de vida. Le Fanu se inspira de los relatos sobre retiros. La huida a un espacio idealizado interpretado como un paliativo que pudiese persuadir el dolor, no físico, sino emocional, tanto del aquejado como de los celadores. Ahí están algunos clásicos de Ingmar Bergman, tales como Persona (1966) o Gritos y susurros (1972). Pero por encima de ello, la directora se inspira en una coming of age, a propósito de su doliente protagonista. Fanny (Kaya Toft Loholt), la adolescente y única hija de la familia, será foco de este drama en donde veremos a este personaje entrando en conflicto con las emociones propias de una chica de su edad y la impotencia ante el anuncio de un próximo duelo.
lunes, 23 de septiembre de 2024
72 San Sebastián: My Eternal Summer (New Directors)
Pienso
en películas que retratan similar conflicto. En estas vemos a adolescentes
reaccionando con rebeldía y autodestrucción fruto de la amargura ante una
realidad que los obliga a dejar ir a un ser cercano. Es un anticipo a la
fractura de su etapa llena de inocencia, un aprendizaje tempranamente impuesto
y el cual los inmaduros personajes se niegan a aceptar. Se podría decir que
Fanny está a la orilla de ese estado. La vemos evadiendo la situación,
descargando su furia, victimizándose, pero también la vemos sufriendo en
silencio, fabricando esperanzas o dándose tiempo para enamorarse. Es decir,
equilibra sus actos y emociones. Hay momentos en que toma su distancia ante la
madre convaleciente y después están aquellos en que asume un perfil lleno de
empatía. Es como si contempláramos dos perfiles de la misma adolescente: uno es
frágil e instintivo, el otro sereno y ecuánime. De pronto, reniega y se
autocompadece, pero después se torna lúcida y autocrítica. Sin darse cuenta, la
joven cruza el umbral de la madurez. Un trayecto que, definitivamente, se le
hace eterno. De ahí la razón de esas fugas o escapes que ella misma fabrica sin
intervención adulta. Algo que me inquieta de My Eternal Summer es que
vemos cómo una adolescente por sí sola va orientándose dentro de esa situación
tan adversa e incomprensible para su edad. Sylvia Le Fanu no se anima a crear
un auxilio desde una intervención adulta, acto que no se alinea a un gesto
negligente o apático, sino que más bien se inclina por el respeto al duelo
personal.
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