El cine de José
Campusano parece seguir un patrón. Estructuralmente, es el manejo de dos
móviles de acción. Dos historias con sus propias complicaciones que bien
podrían contemplarse de manera independiente, para luego más adelante estas
converger una contra la otra generando un conflicto mayor. Esto,
argumentalmente, desatará a su vez un profundo dilema en sus protagonistas.
Campusano retrata a personajes duales. Son pues agentes de la criminalidad, el
sicariato, la prostitución y otras flaquezas, que muy a pesar conservan un rasgo
mínimo de humanidad. Pero están también los personajes neutrales. Aquellos que
si bien conviven con este entorno, se niegan a seguir este tipo de rutina. He
ahí los protagonistas en donde recae el dilema mencionado. ¿Ceder o no ceder
ante las consecuencias? Es decir, extinguir ese rasgo benefactor que intentaron
conservar desde el principio de la historia, esto gracias a la misma contaminación
de su entorno. El contexto de Campusano siempre es el mismo. El suburbio
argentino en donde el delinquir la ley parece ser un acto institucionalizado, y
donde es seguro que el individuo que se resiste a este vivir terminará fracasando
o siendo “uno más”.
En Vil romance (2008) era pues la tensa
relación de una pareja homosexual, pero también el intento de un padre por acercarse
a su menor hija; en Vikingo (2009) un
veterano motociclista intentando domar a un sobrino suyo y un segundo
motociclista intentando escapar de sus errores; y, por último, Fango (2012) narraba la sociedad de dos
músicos de tango-trash y también la de una relación extramarital. Cada una sostiene
dos historias que a su camino se confrontarán y provocarán un serio conflicto. Campusano
convierte un simple roce en algo más complicado. Hay un tratamiento de la
tensión en base a estos pequeños roces. La práctica dialectica de este sector
social es imprescindible al momento de armar las primeras asperezas entre sus
protagonistas. Se podría decir que esta es la cuota en donde el cine de
Campusano provee un realismo notable. Hay todo un manejo anímico sobre ser
violento sin serlo, esto a través del solo lenguaje. Seguida a esta escala se manifiestan
los primeros brotes de violencia. El realismo es más gráfico y, por lo tanto,
más perturbador.
En el caso de Fantasmas de la ruta (2013) nada de esto
es ajeno. Es a pesar de su amplitud que Campusano parte nuevamente de dos
historias. Por un lado, una collera de motociclistas intentando localizar el
paradero de una adolescente raptada, mientras por otro lado, es el padecimiento
de la muchacha que ha sido raptada, víctima del secuestro y la explotación de
mujeres. A partir de estos dos argumentos, el director desplaza una serie de
personajes, grescas, pequeños enfrentamientos. Los protagonistas a su paso se
van haciendo de cómplices y también de enemigos. El filme se desplaza por el
thriller, el suspenso, el drama e incluso el western, notorio en una escena expuesta
en las inmediaciones de un campo de cultivo. Curiosamente es aquí donde va emergiendo
ese gran conflicto. El personaje de Vikingo pondrá en duda la cordura de Mauro,
mientras tanto este se irá degenerando producto de las malas juntas. Más adelante,
Mauro tendrá su propio dilema. Fantasmas
de la ruta asiste a otro asunto frecuente en la filmografía de ficción de
José Campusano. El tema de la redención como respuesta al cinismo social. En
medio de la injuria o la traición, los que un día intentaron ser neutrales
parecen reflexionar incluso hasta por sí solos. Muy a pesar, la historia para
cada uno está escrita, y el final de esta casi siempre tiene consecuencias
trágicas. El cinismo después de todo parece imperar.
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