Hasta cierto punto atractiva
es As I lay dying (2013). James
Franco es un director que al parecer guarda un respeto por la fidelidad
literaria. Su filme, una adaptación de William Faulkner, se las ingeniará para
graficar el monólogo interior de sus personajes contaminados de conflictos, en
su mayoría, ajenos. Más allá de representar una voz en off que desarrolla la complejidad de sus protagonistas, está en el
interés del filme asociar a esta el carácter emocional. Es una lectura sentimental
de manera implícita, casi teatral. Franco rompe continuamente la “cuarta pared”
para colocar en un podio a sus personajes que revelan con la palabra y la
mirada sus dramas personales. Desde ese sentido, su filme se sirve de lo
testimonial, cuestión que alternamente irá construyendo el plano argumental de
la película.
As I lay dying, al relatar una historia sobre unos miembros de familia que
viven resentidos unos con los otros, se esmera por exaltar el ambiente contaminado
por la tensión. Frente a esto, la cámara se ajusta a los rostros que miran con
frustración o con odio. La película va apuntando a lo gestual, al lenguaje de
las miradas frontales o por encima del hombro. Son también las miradas hacia lo
interno, los ojos al vacío que observan con culpa y en algunos casos con locura
y alevosía. En paralelo, una estética que ocasionalmente se inclina a la ensoñación
(reproducciones en cámara lenta, texturas vaporosas) además de una división de
la pantalla crean un contraste más personal que argumental. Es el lado
pretencioso de la película y del director quien además parece exagerar al
momento de caracterizar a su propio personaje.
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