Por muy ficción que
sea, el cine sirve como ventana para una realidad. En tanto, para el
espectador, mejor si esa ventana le es extraña o ajena. En la tarea del cine
estaría entonces ir en búsqueda o recorrer ese terreno todavía no explorado,
sea apelando al registro objetivo o personalizado. Es en vía a esta búsqueda
que muchos directores se han atrevido a indagar el espacio “no público”,
convirtiendo sus películas en testigos oculares privilegiados de un universo
que incluso transgrede a cualquier imaginario cotidiano. En una película
argentina como Mauro (2014), el
director Hernán Rosselli, por medio de su relato, interna al espectador a un entorno
de los falsificadores de billetes. El viaje, a pesar de su naturaleza ilícita,
es limpio a consecuencia de la ausencia dictaminadora, la cual bien podría
estar dominada por una postura antagónica. Similar tratamiento se percibe en La noche (2016), película que aborda un
cotidiano extremo sin mesura.
En la ópera prima de
Edgardo Castro, el mismo director protagoniza a un hombre maduro envuelto por
una rutina que se ciñe al consumo de sexo y drogas, inmerso en círculos en
donde la homosexualidad impera. La noche es
la suma de encuentros efímeros dentro de alcobas, bares o baños, ejerciéndose
felaciones al paso, tríos sexuales o esnifando. Dichos hábitos se registran sin
tapujos. La cámara asume un comportamiento frontal sin darse aires artísticos,
aunque tampoco vulgares. Castro documenta, genera crónica y, en paralelo,
restringe trasfondos o motivaciones que puedan dar pista a lo que está fuera de
foco. Es por ello que de su protagonista se pueda especular muchas cosas. Una
gran interrogante que me genera La noche
me viene a propósito del inicio de la película. Vemos a un solitario hombre
acomodándose para enfrentar, tal vez, una aburrida noche. De pronto cambia de
opinión y decide salir en busca de compañía. ¿Es acaso este el principio de una
gira llena de excesos o es que siempre fue así? Si contemplamos a distancia, se
podría decir que esta película es la historia de un hombre que un día probó por
curiosidad y dicho “elixir” terminó por tragarlo hasta al fondo.
Por otro lado, el
mismo título del filme invita a que la historia pueda ser interpretada como un
síntoma del derrotismo. Si bien muchos de estos itinerarios se desarrollan bajo
la vela de la nocturnidad, dicho horario no es exclusividad. En ese sentido,
“la noche” pueda ser entendida como una acotación que apela al sentimiento de
crisis o descenso moral de su protagonista. A esta sospecha se suma el final de
la película. Un cierre que de lejos está desproporcionado a lo que hasta ese
momento se había visto a lo largo. El alcohol (esa droga que entumece los
miedos o agrieta las derrotas) hasta entonces no había sido utensilio primario
para su protagonista. Hay un poderoso sentimiento de negación de parte del
personaje. Acontecido esto, se podría decir que el final aflora lo mejor de La noche. En definitiva, el carácter
transgresor nunca deja de ser provocador; sin embargo, la dependencia a este
genera alargamiento y hasta redundancia. Volviendo a Mauro, lo que hace sea una película lograda no es propiamente su
ámbito oculto, sino lo que “además” desarrolla en torno a este. En
coincidencia, tanto Hernán Rosselli como Edgardo Castro, terminan por humanizar
a su protagonista inmerso en ese espacio que aparenta deshumanización; y de no
ser por ese carácter, La noche no
tendría más motivación que la de hurgar en las entrañas de un bajo fondo.
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