Por estos días iremos posteando algunas críticas a las películas que se están programando en la actual edición del BAFICI. Aquí la primera, originalmente publicada en Cinencuentro.
Un verano en Lima para
un trío de personajes luce invernal. Su contexto, en lugar de evocar un
espíritu vacacional y desenfrenado, es motivo de encierro y austeridad. Wik (2016), de Rodrigo Moreno, sería un terreno
adecuado para una historia en donde la crisis, la angustia y la depresión
priman. Pueda que la película tenga de esto; sin embargo, sus protagonistas no
están hechos para el drama. Por otro lado, tampoco vemos a un grupo poniéndole
buena cara a la situación, reaccionando con humor o ironía, a fin de hacerle
frente a sus desventuras. En lugar de esto, el comportamiento de los personajes
se despliega con sobriedad natural. Estamos hablando aquí de una generación que
ha asimilado lo trágico y ha aprendido a convivir con la necesidad, pero, sobre
todo, con su rutina.
Esta ópera prima
peruana abarca un “week” en la rutina de tres personas, la cual se verá
interpuesta por un asunto que podría ayudarlos a sacarle ventaja a su ritmo de
vida. En medio de un circuito de charlas, mezclas de tragos y videograbaciones
amateur, un individuo de negocios dudosos le ha ofrecido a dos de los
personajes un trabajo eventual. Brilla a lo lejos la oportunidad de conseguir
un dinero extra y tomarse un “merecido” paseo por la playa, tal como les exige
cualquier época de verano. A pesar de este suceso, Moreno no tiene planes de
otorgarle un giro hitchcockiano a su historia (personajes comunes envueltos en
su rutina, arrastrados a un conflicto a gran escala). Se podría decir incluso
que la fractura de su trama apenas logra perturbar a sus personajes. Por
momentos, estos parecen padecer de algún síndrome de ataraxia; pues, a pesar de
sumarse los infortunios, la abulia siempre termina por tomar las riendas en el
asunto.
Así como dicha
fractura, durante el transcurso de la historia, Wik ha venido esparciendo una serie de circunstancias que bien
podrían trepar a una serie de conflictos, desde internos hasta banales; muy a
pesar, todo se mantiene a línea del ánimo de sus protagonistas. Sus secuencias
lucen como tiempos muertos, mas no lo son, pues las acciones y dificultades no
dejan de manifestarse una tras otra. El relato tiene a un personaje
desencantado con el mundo artístico, una joven con problemas familiares, hay
además una historia de amor. Especialmente en este último caso, es curioso cómo
el tratamiento no desea complicar o dramatizar la situación en cuestión.
Rodrigo Moreno no se siente en la necesidad de alimentar fantasías; amantes
reconciliándose con un beso apasionado, sus protagonistas montando una venganza
maestra contra una pequeña mafia o rompiendo radicalmente sus lazos con su
rutina. Es un filme constantemente dominado por las bajas pretensiones. Como lo
dice uno de sus personajes: “todos los días parece domingo”. Un día tedioso,
sin mucho qué hacer; pero algo siempre tiene que suceder.
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