Existe un puñado de
películas de acción que han combinado el espionaje y tomaron como personaje crucial
a un niño autista y prodigioso, pieza clave, por ejemplo, para descifrar algún
complejo código que solo el Gobierno debería conocer. En El contador (2016) este personaje no precisará de un héroe de los
noventa para salvarse de los malos. En su lugar, este mismo será un adulto y protector
de sí mismo y, de paso, el de algunos otros. La película de Gavin O’ Connor
parece aludir a los antecedentes de un superhéroe, precozmente entrenado, tanto
física como psíquicamente, para el combate; toda una máquina de matar, aunque
siempre mellado por un “talón de Aquiles”. Como el Batman de Nolan, Christian
Wolff (Ben Affleck) ha tenido que viajar hasta lugares retirados para aprender
sobre el mundo (o su propio mundo), mientras dominaba el manejo de armas y
lucha.
El contador se desplaza entre dos tiempos. Es la vida apacible y de
corrección obsesiva de un contador en un presente. En paralelo, se manifiestan
sus recuerdos del pasado en cuanto a su “educación”, las cuales justifican sus
habilidades que tendrá que exponer para cuando se encuentre implicado en una
trampa fiscal. La película de O’ Connor combina también la acción y el
thriller. A esto se suma el carácter dramático en referencia a una biografía
que, más que discutible o ejemplar, peca de exceso. El contador en cierta forma se construye sobre argumentos fabulosos,
además de predecibles y reiterados en el cine de acción. Al poco de
desarrollarse la trama, ya se sabe quiénes son los malos y quienes los buenos. Su
mismo final es posible de descifrar bastando algunos minutos de reflexión. En
tanto, hay una intención forzada por promover un mundo optimista en donde la
criminalidad se justifica y los padecimientos descubren en su mayor proporción ventajas
extremas.
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