Todo lo demás (2016), de la directora Natalia Almada, es una lectura a Jeanne Dielman (1976). En el filme
mexicano veremos a la actriz Adriana Barraza inmersa en la rutina de una
solitaria empleada pública. Los espacios que recorre en su mayoría son lugares
públicos; es decir, áreas abarrotadas por una gran colectividad. A pesar de
esto, vemos a la protagonista luciéndose extraviada en el vacío. Su interacción
con el resto no se ajusta más que a lo acostumbrado. Tendrá que suceder un
acontecimiento en la intimidad de la mujer para que recién ponga atención a esa
carencia. Entonces se mantendrá en vela y atenderá más a ese sueño recurrente (o tal vez pesadilla), se maquillará, se
esforzará por interactuar con el mundo.
Así como en el filme
de Chantal Akerman, en Todo lo demás
la angustia habla sin mediar tantas palabras. La afección del filme, sin
embargo, se ve cuando la directora se dispone de los atajos que harán más
“palpable” dicha angustia. Esto, lastimosamente, sucede desde el principio de
la película. Un gato, los programas anticuados en la televisión, la lluvia, los
mismos sueños. Natalia Almada se ve además en la obligación de revelar algo de
la coyuntura de su país. Es esa necesidad por responder a una colectividad; en
este caso, gesto innecesario dentro de un mundo que apuntaba a la gráfica
individual.
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