Interesante cómo la
reciente película de Christopher Nolan reserva con discreción el lado
espectacular que tranquilamente podría dinamitar su trama de cine bélico. A
diferencia de El origen (2010) o Interstellar (2014), el director
británico en su último filme no hace lujo de técnicas visuales. En su película
tampoco veremos un despliegue de combate militar al estilo de La patrulla infernal (1957) o Rescatando al soldado Ryan (1998). Nolan
coincide más bien a lo que, por ejemplo, ha realizado recientemente Clint
Eastwood, tanto en tema como evadiendo el sensacionalismo y destacando lo
dramático. Dunkirk (2017) es un
retrato sobre héroes, pero no los que han sido registrados por el canon
histórico, sino los que han pasado desapercibido. Mientras que las historias de
El francotirador (2014) o Sully (2016) se basan en personajes
reales y coetáneos, Nolan opta por el individuo anónimo y se remonta al pasado,
y de paso, al igual que el veterano director, evalúa la naturaleza y el
concepto de héroe, condición que enfrenta a este mismo a una dialéctica moral,
lo pone bajo sospecha, lo hace vulnerable y hasta ambiguo.
Sobre la ambigüedad;
los personajes del primer Nolan tienen mucho de ello. De Following (1998) a Insomnio
(2002), vemos a protagonistas con credenciales poco claras y una moralidad cuestionable,
aunque sin apartarse del todo de las orillas de la redención. Caso en Dunkirk, algunos de los personajes son
igual de imprecisos. La sucesión de la trama y sus acciones serán las que
comenzarán a definir los principios de algunos de estos, pero habrá uno que
otro que quedará varado tal vez a una interpretación abierta u obligando al
espectador a una segunda mirada. Lo que queda claro es que los protagonistas de
los tres ámbitos –que contienen cuatro historias– que conforman esta trama,
están en una constante evaluación de sus actos, a fin de definirse el heroísmo.
Al igual que Sully, vemos un relato
de sobrevivencia con consecuencia victoriosa producto de la ejecución de una
orden que tuvo una asistencia en conjunto. Es decir; Dunkirk es una película sobre el heroísmo colectivo y gradual.
El salvamento a la
tripulación que aterrizó en el río Hudson no está lejos de la proeza realizada en
las playas de Dunkirk. Los que salvaron a miles de hombres atrapados en las
orillas no fueron solo las embarcaciones pertenecientes a británicos civiles que
se ofrecieron por propia voluntad, así como la sola acción de un aviador o el compromiso
de un comandante inglés. Dunkirk reúne
a distintos héroes y los vincula a una sola misión, a pesar de estar expuestos al
continuo ataque del enemigo. Los protagonistas de Nolan, como los del último
Eastwood, están a contrarreloj – agudizado por el tic tac sonoro de Hans Zimmer
o el cronométrico –, tomando decisiones una y otra vez, las que podrían
provocar daños colaterales irreparables. Mediante ello, sus acciones (acertadas)
van generando un heroísmo progresivo. La historia que por ejemplo podría
sintetizar este efecto es la de la embarcación conducida por el personaje de
Mark Rylance. Es el jefe de embarcación que va generando una conciencia
progresiva hacia sus tripulantes, los cuales más adelante manifestarán rasgos
heroicos variantes. El heroísmo en Dunkirk
varía además según el ámbito (mar, aire y tierra) o la situación (protegiendo a
los suyos o salvaguardando al aliado).
Lo nuevo de Nolan es un
filme que no busca extasiar mediante un rasgo estético o afilándose a la
discursiva comercial. Dunkirk tiene
la corrección del montaje, una estimulante estructura narrativa no lineal –firma
del director que alimenta también ese carácter ambiguo en la trama y sus
personajes–, pero por encima sobresale un rastro primigenio del director
inglés; el de apropiarse de un género como el bélico, no cediendo a lo que
establece el reglamento. Su película evade al Hollywood de hoy al apuntar a un
drama personal, que si bien no hurga en el raciocinio interno como sucede en
los filmes citados de Clint Eastwood, contempla tomando distancia y de forma
individual, bosquejando personalidades que se construyen en base a sus
determinaciones. Se hace también un acto de ofrenda a la sentimentalidad nacionalista,
acercándose el filme aún más a los retratos de héroes tradicionales, definidos
por lo tradicional y constitucional. Curioso cómo a nivel de lengua, la inglesa
es la única expresa. Casi no hay rastro del aliado ni del enemigo. Christopher
Nolan convierte en oda triunfal a la conducta de la Gran Bretaña histórica, a
partir de lo que fue considerada una derrota militar.
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