Existe una gran
diferencia entre un romance y la ilusión de un romance. Porto (2017) desarrolla lo segundo. Lo que aparentaba para los
personajes –o tal vez solo para uno de ellos– ser un encuentro que se
prolongaría, fue más bien un evento fugaz. El hecho es que eso no necesariamente es signo
o razón de que no sea perdurable en la posteridad de la vida de unos amantes
furtivos. Jake (Anton Yelchin) y Mati (Lucie Lucas) son extranjeros en un lugar
en donde se conocen por casualidad. Casualidad, a propósito de tres
coincidencias. Con esto se asoman pautas de un amor de esos. El director Gabe
Klinger, entusiasta del cine de Richard Linklater, establece el ambiente
solitario y romántico de las calles de Oporto para dar señas de un amor
especial. Las consecuencias, sin embargo, no tardan en contradecir esos
anticipos. A diferencia de Linklater, Klinger no espera al “paso del tiempo” para
revelar que el destino de su pareja no es el happy ending.
Porto se divide en cuatro momentos, incluyéndose una introducción. En el
transcurso emprende saltos temporales que no solo rebelan el fracaso
sentimental, sino también el personal. Klinger realiza un melodrama triste, a
partir de dos personajes asediados por sus personalidades dóciles y
trastocadas. Jake da indicios que es un obsesivo compulsivo, Mati pone en
evidencia que tiene antecedentes de trastornos mentales. Ni la noche más
romántica es capaz de subsanar o pasar por alto toda esa clara evidencia. Hay
un pasado de por medio que los personajes no terminan de compartir, a esto se
suma la supresión de un cortejo, el momento más cautivador de cualquier
relación amorosa. Es decir, los protagonistas se saltan información e instantes
cruciales para concretar ese romance que queda varado en el plano de la
fantasía o la ilusión. Porto es como
un buen sueño de una sola noche, un romance con promesas que no se cumplirán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario