La representación del
estereotipo femenino adolescente en una versión rebelde e independiente ya no
es novedad. La autodenominada “Lady Bird” (Saoirse Ronan) engloba varias de las
categorías asociadas a una personificación que es herencia de la creatividad
del cine independiente estadounidense del 2000 en adelante: carácter voluble
que pone en duda su prosperidad personal, su presencia es estímulo para la
disfuncionalidad familiar, poseedora de una actitud transgresora frente a los
comportamientos conservadores, expositora de su intimidad sexual sin tapujos
(sea en su etapa de descubrimiento o activismo) y fascinada por la cultura snob. La directora Greta Gerwig parece
inspirarse de los antecedentes fílmicos a los que estuvo implicada en su rol de
actriz, incluyéndose su etapa mumblecore.
Lady Bird (2017), sin embargo, no
deja de ser una propuesta distinta. Por muy familiar que resulte la conducta de
su protagonista, su trama genera sus rasgos singulares.
La historia de una
adolescente y sus días dentro de una comunidad en la que se siente desencajada
evoca una serie de tópicos que muy poco se han empadronado a los filmes de
inclinación cómica que están al margen de la industria de Hollywood. La ópera
prima de Gerwig se presenta con un humor e ironía muy consecuente a solicitud
de su protagonista, pero en su transcurso una serie de indicios que,
curiosamente, no se profundizan –tal vez por la mirada irreflexiva propio de la
edad de la protagonista–, nos dan por enterado que estamos inmersos en un ambiente
en donde el abatimiento emocional es imperante. Lady Bird es una película sobre la depresión. Personajes que rodean
a “Lady Bird”, quien recién está viviendo sus primeras experiencias románticas
y sociales, se encuentran sometidos a un estado de postración. Las razones son
distintas: crisis económica, el luto que estaría próximo o que aún no ha
encontrado su reparación. Lo cierto también es que solo son los adultos los convulsionados
por esa realidad.
En una escena
culminante para sus vidas, las dos amigas de esta historia lloran juntas. Ambas
están a un paso de abrirse al mundo de la adultez y ya sienten esa tentación
del fracaso; las cosas no han salido como ellas esperaban. En Lady Bird la madurez involuntariamente
invoca un estado depresivo: la juventud está destinada a no vivir a plenitud
sus vidas por mucho que finjan. A puertas de terminar la escuela, “Lady Bird” se
ha enterado que la apariencia es una fantasía a corto plazo. A pesar, esto no
garantiza que haya aprendido la lección. Existe la gran posibilidad que no.
Basta tomar como ejemplo a los adultos que la rodean, aparentando vivir con
tranquilidad sus rutinas en donde adoptan un momento para visitar al psicólogo
o tomar una dosis de antidepresivos. ¿Esto es mumblecore? Para nada. Lady
Bird funciona como comedia no dejando de trabajar un drama de ampliación humana.
Es una historia que ve más allá de lo cotidiano.
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