En Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, el
protagonista ha conocido a una mujer con quien se obsesiona, no por lo que es,
sino por lo que representa. Ella le recuerda a su amante muerta. Lo siguiente
será la historia de ese hombre moldeando a la mujer a su antojo, y ella
cediendo a ese retorcido capricho por amor. En El hilo fantasma (2018) vemos también a un hombre moldeando a una mujer
y, al igual, ella consintiendo a esa transformación. El diseñador de moda
Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es Scottie, el protagonista de Vértigo. Él comenzó a alterar la imagen
de Alma (Vicky Krieps), a quien la hace mudar de vestidos una y otra vez como
si se tratase de un maniquí. Tanto Reynolds como Scottie cosifican a la mujer
para (re)crear sus propias fantasías. La ilusión de Scottie no deja de ser una
representación carnal, la de Reynolds es una satisfacción vinculado a su
oficio, pero también es una ofrenda a otra muerta: su madre. Paul Thomas
Anderson alude a dos tópicos cruciales del cine de Hitchcock. Reynolds es un
obsesivo crónico y además un castrado.
Es obsesivo por la
rigurosidad con que fabrica sus vestidos y al momento de seleccionar los
cuerpos que lo usarán. Observador agudo de itinerario exigente, de un gusto
gastronómico que no debe ser violado, obstinado por naturaleza, dócil ante
cualquier provocación o agresión que vaya en contra de su ritual ceremonioso. Es
castrado porque la figura de la madre ausente está omnipresente, desde el
tributo que descansa en la solapa del diseñador hasta la presencia de Cyril
(Lesley Manville), hermana, socia y centinela de Reynolds, esa protagonista que
inaugura el conflicto. Para cuando sucede el primer encuentro íntimo entre
Reynolds y Alma, esa práctica solemne y casi sexual del tomar medidas en donde
el hombre toma la iniciativa y la mujer es pasiva –confundida aunque cautivada–,
la hermana repentinamente se entromete como espectador a mitad del acto de
dominancia sobre el cuerpo de la muchacha recién llegada. Cual madre, Cyril da
el visto bueno; reconoce y asiente los gustos del hermano/hijo en la joven, y a
partir de entonces su presencia será equivalente a la intromisión.
Fascinante y sutil es la
secuencia en que Reynolds y Alma van a cenar juntos. Simula ser un encuentro de
pareja, pero lo cierto es que el encuadre nos limita el panorama. La mesa de a
dos repentinamente se convierte en mesa de a tres. El ruido brusco –atención a
la discursividad sonora a lo largo del filme– que ejerce un mozo al juntar una
mesa en donde se sentará la hermana intrusa es lo que representa la presencia
de Cyril, una aparición fastidiosa y agresiva que Reynolds acepta pero que a
Alma le perturba. Vemos a una madre siendo asistente y espectadora de las citas
de su hijo, quien deja en claro no es capaz de mantener una relación, culpa de
su hábito, de su oficio, profesión que fue inspirada por la madre muerta. Obviamente,
esa ubicuidad constante de lo maternal ha provocado también a un adulto
dependiente del cuidado de una mujer. Ya expreso el rol de Cyril, El hilo fantasma pasa a concentrarse en
el segundo protagónico de la historia. Vemos a partir de entonces a Reynolds en
acción dentro de la casa de modas que él dirige, la corrección que comparten
sus zurcidoras –curiosa la escena en que se preocupan más por el vestido que
por el estado de su jefe al hacer una rápida “autopsia” a la prenda luego de un
incidente– y cómo no solo es Alma, sino varias quienes están bajo el ojo del
maniaco.
A lo largo de toda la
historia, Paul Thomas Anderson no pretende crear un filme sobre la moda. Pocos
son los instantes en que los vestidos desfilan o posan. Su película es más bien
sobre el ojo del modista. Cuando Reynolds va cotejando las piezas de un
vestido, la cámara no cambia de plano para contemplar a la prenda evolucionando
y de paso observar la habilidad del autor. El plano sigue fijo a la mirada del
hombre ejecutando su función de mirón. En una secuencia las maniquíes hacen
marchar a los vestidos frente a la socialite
inglesa, pero la dirección prefiere ver cómo el modista emula a Norman Bates
desde la mirilla de una puerta. Y, a propósito de Norman, es posterior a esta
referencia que Reynolds manifiesta un lado frágil que continúa siendo un rumor al
protagonista de Psicosis (1960). Un
desacierto en el desfile es una agonía anímica para el diseñador
perfeccionista. Su condición dominante es sustituida por un comportamiento abatido
y doliente. Reynolds asume su papel de hijo en busca del consuelo maternal.
Paul Thomas Anderson tiene
una predilección por los personajes ambiguos. Como los protagonistas de Petróleo sangriento (2007) y The master (2012), los personajes
principales de El hilo fantasma tienen
sus momentos contrarios y abruptos. Esto se manifiesta en la personalidad de
Reynolds, más adelante en Cyril, por momentos dando la impresión que ha
cambiado al bando contrario. Alma, ese tercer personaje que será la generadora de
un nuevo conflicto luego que se percató de la fragilidad de su amado, tampoco
es ajena a dicha ambigüedad. El cambio de carácter de esta mujer es el más
radical del trío dado sus antecedentes de persona asociada a la sencillez,
propia de las comunidades no urbanas, quien curiosamente va ajustándose sin
mínima resistencia al mundo artificioso de la moda. Más que gesto de amor, Alma
rebela un gesto de admiración, tal como se maquilla en la secuencia en que se
deshonra a un vestido hecho por la mano de Reynolds. Vemos a una mujer enérgica
sin rastro pasivo. Una especie de preámbulo al comportamiento de Cyril, esa
rival que Alma tiene en mente destronar.
El protagonismo de
Alma se incrementa para cuando Reynolds ha dejado expuesta su debilidad, esa
demanda que lo somete y lo amansa. El
hilo fantasma se perfila a la historia de la amante intentando suplantar a
la sombra de la madre, es la única solución para llegar a su amado, tal como
sucede en una película como Los pájaros
(1963). Hitchcock siempre ha gustado desarrollar personajes femeninos
sacrificados, malcriando a los hombres aferrados a lo materno. Lo de Alma, sin
embargo, es una argucia, un acto perverso que además de extender sus
credenciales ambiguas gesta el último acto en donde ella reemplaza a la
fantasma y la vida de pareja se vuelve protagonista. Desde ese momento la
historia me recuerda a ¿Quién teme a
Virginia Woolf? (1966), de Mike Nichols, en donde la vida amorosa se
preserva mediante un castigo recíproco y cómplice. Paul Thomas Anderson por su
lado no apela al dramatismo áspero, sino a una excentricidad cómica. Esa es una
de las razones del porqué El hilo
fantasma argumentalmente se siente ligero a comparación de otras películas
del director, sin embargo, es la complejidad de sus personajes la que compensa la
densidad de este filme.
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