Pawel Pawlikowski teje
los fragmentos de una historia de amor que luce incompatible aunque perdurable.
Desde su primera separación, los encuentros entre Zula (Joanna Kulig) y Wiktor (Tomasz
Kot) son accidentales, breves encuentros, algunos frustrados. Las razones de esto
son por causas emocionales, a propósito de ese contraste de caracteres, pero sobre
todo por el estigma político que ha recaído en el compositor musical. Cold War (2018) acontece en mayor parte
durante la década de los 50, tiempo álgido para los países de Europa del Este
debido a la “ocupación” política comunista en dichas naciones. El blanco y
negro al que Pawlikowski también asistió para su filme Ida (2013), no solo recrea misma estética fotográfica que refuerza los
claros y contrastes, y ciertas tomas de aire vaporoso, sino que además dialoga
con la coyuntura. Una profunda melancolía comienza a corroer el espíritu de
estos personajes que no solo llevan una intimidad escindida, sino también sus
expectativas vocacionales.
Además del amor, la
música, o el arte en general, es el segundo agredido por esta “guerra fría”,
época en que la cultura estaba por debajo de los honores a una política. Ahora,
tomando en cuenta únicamente a esa agresión hacia la música, Pawlikowski no
solo lanza sus dardos hacia lo que representa el comunismo. Es fundamental la
temporada de los amantes durante la capital francesa, lugar apartado de los
comportamientos soviéticos, pero que sin embargo define y exige también
condiciones que la música tendrá que cumplir si es que desea ser publicada.
Haciendo una relación con el primer conflicto durante la estadía en Polonia, no
hay mucha diferencia del caso en París frente a la música rompiendo con su
tradicionalidad para en su lugar convertirse en oda a ídolos. Pawlikowski
define un ascenso melancólico no solo desde los tonos monocromáticos, sino que
además mediante el estilo musical. La historia inicia con canciones alegres,
letras que tendrán inclinaciones deprimentes, pero a fin de cuentas entonadas
con júbilo. Años después, mismas letras, deformadas por metáforas occidentales,
han perdido la alegría. Lo curioso es que más adelante un productor polaco
asegura que mismo formato también funcionaría en territorio oriental.
Muy a pesar, el
melodrama es el tópico inmediato en Cold
War. Los protagonistas parecen amantes en medio de una guerra, no
armamentista, pero sí de intereses. Incluso cada personaje tiene su etapa en
que cada uno, y por su lado, optará por esa política que les parece en su
momento conveniente o rentable. No solo de personalidades contrarias, sino que
en ocasiones parecen también de naturalezas distintas. Sin embargo, su amor
perdura, es franco, fiel, provoca afrentas, asume riesgos, genera terribles
consecuencias que pugnan por sobrellevar. Pawel Pawlikowski crea una épica u
odisea de una pareja que tal vez nunca haya funcionado en una situación menos
trágica, pero en la que le tocó vivir no solo funciona, sino que la convierte
en una unión idílica por intentar sembrarse en medio del estanco, la represión
o la manipulación de la idea.
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