El cine de los
hermanos Coen está asociado a un humor áspero, casi indecente e inoportuno. Es
por eso que no es de extrañar que La
balada de Buster Scruggs (2018) inicie con el capítulo más jocoso de esta
serie compuesta por seis historias y finalice con la más turbadora. Sucede que
a medida continúan los siguientes relatos, los episodios van perdiendo esa
comicidad. De pronto nos encontramos con nuevos personajes y conflictos que
evocan un aire sobrio, liberando un gesto dramático, en casos trágicos, unos
sugiriendo a lo reflexivo, e incluso remontando a lo enigmático. Si comparamos
el trayecto anímico de esta reciente película con alguna otra de la filmografía
del dúo, El gran Lebowski (1998)
sería la que mejor coincide con dicho derrotero. La historia de un tipo
bonachón y apático pasa por sucesos hilarantes, alarmantes, dramáticos,
trágicos y cierra con esa extrañísima charla con un cowboy interpretado por Sam Elliot. Memorable escena.
En referencia al
género tratado; además del cine negro, los Coen son fanáticos confesos de los
filmes ambientados en el Viejo Oeste. Los breves relatos que componen La balada de Buster Scruggs se
convierten en un tributo a los conflictos recurrentes en el género western. Siguiendo el orden, estas
historias se inspiran en relatos de forajidos y proscritos, asaltantes de
bancos, peregrinos sin suerte, buscadores de oro, caravanas migrando a nuevas
tierras y las infaltables diligencias. Cada episodio despliega una situación
distinta. Salvo por una doble aparición de tribus indias, los Coen no repetirán
los estereotipos de este universo estadounidense. Si existen coincidencias,
estas se reconocen en base a las personalidades de los protagonistas. Pensemos
en un John Wayne o en la Joan Crawford de Johnny
Guitar (1954). Muchos de los personajes inolvidables del western poseían un sesgo ambiguo e
impredecible. Lo cierto es que en muchas ocasiones siempre les terminaba ganando
el entorno. Es decir, si descubrían algún momento de docilidad o debilidad, al
final siempre terminaban por reestablecer su fama de solitarios y despiadados.
Las leyes del Viejo
Oeste no son ajenas al cine de los Coen. Sus historias siempre han retratado a
personajes de comportamientos dudosos. Estos pueden ser una agradable compañía
pero al siguiente día locos totales (el John Goodman de Barton Fink), sujetos pacíficos que esconden un comportamiento
oportunista (Billy Bob Thornton en El
hombre que nunca estuvo allí), o un grupo apacible de ladrones ingresando
al hogar de una mansa anciana (Tom Hanks y compañía en Ladykillers). Los personajes western
están en todas partes de la filmografía de los hermanos Coen, y esto sucede
también con el imaginario tradicional de EEUU que envuelve a dicho género. Vemos
historias que son folletines de villanos (Fargo),
atmósferas decadentes (A propósito de
Llewyn Davis), el peso y el retrato histórico (de Muerte entre las flores hasta ¡Ave,
César!) que dan forma al sujeto criado a la sombra de la violencia y el declive
social.
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