El cine de Jonás
Trueba hace tributo a las generaciones adultas en plena deriva. Sus personajes
son los indecisos ante la vida o desencantados con su rutina asumiendo un
desvío a fin de identificar alguna motivación o (inconscientemente) reparar algo
que ha quedado pendiente. La virgen de
agosto (2019) se desarrolla durante la temporada más calurosa del año en
Madrid, y mientras todos optan por abandonar la ciudad, Eva (Itsaso Arana) decide
quedarse. Así como en Los exiliados
románticos (2015), la protagonista de esta historia toma la vía del retiro,
en donde el cambio de espacio jugará un efecto importante para el reposo. Dicho
esto, es importante notar que, si bien Eva no ha realizado viaje alguno, el
Madrid al que se expone a diario es distinto al habitual. Eva cambia de casa,
visita ferias y museos, explora las calles, conoce nuevas personas o se
reencuentra con conocidos. Es decir, asume las rutinas de un turista que veraniega
en un área desconocida y que se le hace apasionante.
A propósito, los
personajes de Trueba son románticos natos. De ahí por qué resulta estimulante
para esta mujer pasear por la reinterpretación de su propia ciudad, aquella que
le dispone una serie de situaciones inconcebibles en una temporada en que los
madrileños permanecen en la ciudad. Eva experimenta con lo extraño y la
casualidad, aportes que de alguna forma son curativos o reveladores para la
mujer. Es curioso ver cómo sus paseos la hacen coincidir con personajes que proyectan
sus mismos miedos y frustraciones; en tanto, ella dialoga con estos, los
reconoce y luego los cuestiona a modo de descargo por el hecho de que la
recuerdan a ella. Esto en parte la diferencia de una simple turista. Su búsqueda
va más allá del deseo de experimentar con lo novedoso. Hay una exigencia por
buscar “eso” que le permita reconstruir o recomponer su lado íntimo o
espiritual, aunque para ello no tendrá que irse hasta la Toscana.
A partir de esto, se podría
asimilar el hecho de que La virgen de
agosto, luego de tantos hechos inusuales, termina con una escena de aire
cotidiano. Jonás Trueba en sus historias dispone un trayecto a sus personajes
que contienen escenarios y situaciones que enmiendan sus conflictos. Dicho
esto, el fin de la historia de Eva, o el fin de sus vacaciones, es el fin de
una serie de dudas o vacíos que en un principio sentía y la habían motivado a
realizar ese viaje en solitario. El final de la película, que genera una
sensación a cierre abierto, no es más que una seña de su rehabilitación, una
evidencia de que ha concluido con su búsqueda. Esa fertilidad “imaginada” que Eva
afirma sentir y que fue provocada por un estímulo espiritual, se interpreta incluso
como una complementariedad a nivel psíquico o místico.
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