sábado, 18 de mayo de 2024

Cannes 2024: Los domingos mueren más personas (ACID)

Se me viene a la mente El rey del Once (2016), de Daniel Burman, una historia que se abre con el retorno de un maduro hijo a tierras bonaerenses por petición de un padre. Esta es una comedia sobre el rescate de un vínculo filial fracturado, pero además es una mirada a las costumbres de la comunidad judía inserta en la capital argentina. Los domingos mueren más personas (2024), primer largo de ficción de Iair Said, coincide con la película de Burman en algunos detalles. En esta historia, David, interpretado por el mismo director, luego de varios años, retorna a Argentina también por obligación, aunque invocado por una razón distinta. El tío del protagonista ha fallecido. Eso obligará a David a recuperar el contacto con su familia, lo que implicará otras obligaciones, tal como reactivar sus costumbres judías, así como tener que ir a visitar a su padre quien se encuentra ya tiempo en estado vegetal. Ahora, la película de Burman y la de Said se distancian a propósito de las actitudes de los hijos desplazándose en su terruño. Mientras que el protagonista de El rey del Once, así sea a regañadientes, se le nota dispuesto y hasta comprometido a auxiliar, reparar e incluso indultar eso que parecía irreconciliable, David simplemente no está del todo interesado en lidiar con todas esas peticiones. Obviamente, esto también tiene que ver con las circunstancias a las que este personaje tiene que confrontar, hechos que contrastan con el ambiente de El rey del Once.

Desde su título, la película de Said convoca tópicos que desmoralizan a cualquier sujeto común y silvestre. Temas como la muerte, la convalecencia, la vejez, la soledad y la depresión se insertan para carcomer los ánimos de su protagonista, una persona que justo batalla con sus demonios internos. Todo esto pinta a convertirse en un drama recalcitrante. No será así. Los domingos mueren más personas está dominada por un humor negro, una mirada poco convencional al tratarse con temas tradicionalmente asociados a síntomas melancólicos. Definitivamente, es ese mismo tratamiento lo que hace de esta película sea atractiva. Comer hamburguesas luego de un entierro o pensar en tener sexo al paso mientras eres consciente que tu propio padre está a una “firma” de la muerte resulta inquietante, absurdo, involuntariamente divertido. Said se resiste a tomar las vías habituales que, por ejemplo, asumiría una producción de Hollywood. Podríamos decir que no es el típico relato sobre personas madurando en tiempo récord o a fuerza de imprevistos. Pienso ahora en el cine de Alexander Payne, una filmografía plagada de personajes imperfectos que para el final seguirán siendo imperfectos, pero no por eso menos humanos. Pasa lo mismo en esta película. Iair Said contempla lo trágico con ironía y serenidad, sin resultar ofensivo ni descartando el factor humano. Su humor es como buen laxante contra el drama.

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