Matthew Rankin va camino a la lista de cineastas de culto. Los primeros minutos de su anterior película me recordaron automáticamente a Guy Maddin, otro director canadiense. The Twentieth Century (2019) era pues un relato en donde la fantasía, el surrealismo y la distopía se encontraban. Tenía sentido entonces relacionarlo a Maddin, a propósito de los tópicos desapegados de una realidad convencional y una escenificación sombríamente distorsionada. Claro que esto es apenas una mirada superficial tratándose que era una película con un argumento muy complejo y un sentido del humor ajeno al autor al que pretendía vincularlo. En esa fábula infame sobre un aspirante a primer ministro canadiense abriéndose paso, Rankin dejaba en claro un discurso que cuestionaba a un tipo de sistema explotando sus tradiciones históricas y políticas con el fin de inseminar un falso equilibrio democrático y moral en la conciencia nacional. En efecto, es un rollo que demanda seriedad si uno lo piensa desde una línea orwelliana. El hecho es que este es un director que en su lugar apuesta por satirizar, emplear la metáfora más absurda como método para enrarecer, ridiculizar, hacer más abyecto a estos agentes que adquieren poder en base a su vileza e hipocresía. Era además un argumento ágil, creativo e inesperado. Similares estímulos y valores se replican en su nueva alucinación cinematográfica.
sábado, 18 de mayo de 2024
Cannes 2024: Universal Language (Quinzaine des Cinéastes)
Une
Langue Universelle (2024) nos contextualiza en un lugar y un tiempo
difuso. Parece los 90, aunque más retrógrada. Dice ser Canadá, pero con más
iraníes y menos canadienses. Lo que veremos serán historias cruzadas.
Personajes coinciden en un mismo escenario. Tenemos a un exigente maestro, un
hombre renunciando a un cargo público, unas niñas que se encuentran un billete
y un guía turístico reseñando patrimonios sin sentido. De acuerdo, estamos en
Canadá, sin embargo, los protagonistas son iraníes, algunos relacionados a los
pueblos amerindios. Se habla francés y farsi, y cuando se habla en francés, los
diálogos no dejan de incluir el vocativo agha (“gran hermano”, en
farsí). Tiene el típico clima gélido del lado norte de Canadá, más la
arquitectura de este escenario, por muy Winnipeg que sea, parece evocar a los
complejos de la Unión Soviética, no solo por lo monocromático, sino también por
su inmensidad y el modo cómo Rankin encuadra. Los edificios achican a sus
personajes. Si se observa desde arriba sería como un sobrio laberinto en donde
puntos no dejan de desplazarse. Esta es una comedia irónica con personajes que
no se detienen. Siempre están yendo a algún sitio. Esta área parece inmensa,
pero sus protagonistas terminan coincidiendo en más de una ocasión. Es como si
estuvieran destinados a encontrarse o capaz solo sea porque comparten algo más
que el territorio.
Lo
que tenemos ante nosotros es una sociedad orientada por un sistema político que
parece imitar al planteado en The Twentieth Century. Si bien en su ópera
prima Matthew Rankin ponía en primer plano a los representantes y aspirantes al
poder estatal, en Une Langue Universelle es el ciudadano común quien
asume esa visibilidad. En tanto, el Estado no tendrá un protagonismo orgánico, pero
estará omnipresente mediante paneles, programas de televisión, la fiscalización
en un centro comercial o las ridículas tradiciones oficializadas bajo sus leyes.
Aquí a los ciudadanos se les recuerda continuamente, desde los códigos hasta
las edificaciones, quién manda dentro del escenario. Observamos a una sociedad
adiestrada a seguir ese curso mediocre y contradictorio que el poder estatal le
impuso bajo la norma o el ejemplo. Es un comportamiento o lenguaje universal
adquirido por los protagonistas. Tal vez sea eso lo que los hace coincidir o
los hace iguales -como se representa en su única situación surreal-. Todos
están (des)orientados por una moral ambigua y un estado de decepción. Alguien
podrá ser caritativo con una abuela en estado senil, pero luego este mismo
podría arrebatarle los dulces -o un billete- a una niña. No se trata qué idioma
hablas o qué identidad representas. Todo se reduce a bajo qué yugo estás
sometido. Irán y Canadá no son distintas en esta nueva sátira al sistema
estatal.
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