Fiel a la estructura
argumental de la saga, la nueva Star Wars desencadena más de un conflicto
narrado en paralelo. Las naves sobrevivientes de la Resistencia dependerán de
Finn (John Boyega) para escapar del ataque de las fuerzas de la Primera Orden,
mientras tanto, Rey (Daisy Ridley) se reúne con el último Jedi, Luke Skywalker
(Mark Hamill), a fin de convencerlo salga de su refugio. Dos misiones que se distinguen
según sus escenarios. Uno funcionando como panorama de la acción y lo
espectacular, el otro en donde se genera el drama en un plano reflexivo y
revelador. Uno falla por el rescate colectivo, el otro se proyecta a una
búsqueda personal. Es esa distinción la que hace que el viaje de Rey sea más
estimulante que el de Finn. Las incógnitas y descubrimientos argumentales siempre
estarán por encima del viaje espacial. Por muy singulares que sean los nuevos
personajes o por muy innovadora que sea la tecnología al momento del combate,
siempre habrá una percepción de que se está usando una plantilla conocida.
Finn y un nuevo aliado
realizarán un viaje que en cierta forma también se torna una búsqueda (o
reencuentro) personal, aunque en menor grado transcendental que el otro escenario.
El derrotero de Finn es el de la aventura de naves, la visita a una
extravagante metrópoli, el (des)encuentro con personajes amigables y algunos
felones, fugas que se desatan en persecuciones. Es la herencia western aún permanente. Por otro lado,
la aventura de Rey es mental y hasta espiritual. Se entiende que su misión, más
allá de un recado, es también una revelación o aclaración a esa capacidad que
se apropió de ella desde el anterior capítulo. Star Wars: The last Jedi (2017) es pues un paso sustancial que
define las acciones de la nueva generación galáctica. ¿Quiénes son en realidad?
¿Son traidores? ¿Falsos profetas? ¿Son enemigos sobrevalorados o subestimados?
Finn, Rey y Kylo (Adam Driver) son la triada de la historia que en esta
reciente entrega aclaran sus motivaciones y van dando pauta del equilibrio al
que se refiere el anciano Skywalker.
“Ponerle fin a la
historia”. Es una frase redundante que se aborda a propósito del destino que
desata la confrontación entre la Primera Orden y la Resistencia, y el destino
que quieren trazar Rey y Kylo. Lo es en el sentido de que los personajes
clásicos en esta ocasión van cediendo sus lugares a los más recientes. No lo es
en relación a la tradición de la saga: el universo creado por George Lucas
siempre ha estado ceñido a una dinámica cíclica, por lo tanto, premonitoria. Lo
que acontezca en The last Jedi parece
desatar una serie de deja vu que hacen
remembranza a los conflictos y destinos de anteriores episodios. Sin embargo,
existe un efecto impredecible. Sucede pues que estamos tratando con personajes
muy volubles, algo que en Star Wars: El
despertar de la fuerza ya se había percibido. Los protagonistas principales
no son dueños de un temperamento imperturbable y, al estarnos refiriendo a un
universo que toma por filosofía a la “fuerza”, cualquier indicio de duda desata
un conflicto interno.
En esta última etapa no
hablamos de personalidades tipo Obi Wan Kenobi, sino de personalidades tipo del
joven Anakin Skywalker. Rey y Kylo están en una etapa de afirmación en proceso,
desarrollando además un vínculo que entorpece aún más sus perspectivas. El
mismo Finn no sabe responder si va al rescate de un compañero o está desertando
(otra vez). Estamos hablando de personajes apropiados por un carácter volátil o
hasta ambiguo. Incluso los personajes más veteranos de pronto caen también en
similar enfrentamiento, contradiciendo su propia tradición. A pesar, esto no
impide que los preceptos clásicos sean desterrados. Si bien se está creando una
nueva historia, esta misma deja en claro que la inmolación de cualquier fuente
del pasado no implica su destrucción. Existe entonces una convivencia de generaciones.
No está demás comentar que lo mismo se percibe en el estado creativo que aporta
en esta ocasión el director Rian Johnson, provocando escenarios artísticos que
recuerdan a su Brick (2005) o los
metafóricos como La dama de Shangai
(1947). Y así como hay bandera blanca a la creatividad, lo hay también a la
reflexión coyuntural. Se percibe por su convocatoria más amplia a los
personajes femeninos, que juegan para ambos bandos, o en su reproche a la
industria armamentista. Es una Star Wars
abierta a los cambios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario