Una cadena de
prejuicios se manifiesta a los primeros minutos de Toro (2015). En un principio, la nueva película del joven director
Martin Hawie apunta a ciertos antecedentes reciclados que devienen tanto del
cine europeo como de la industria en Hollywood. En primera instancia se asoma
el tema de la migración, trasfondo tan redundante dentro del circuito de los
festivales en el “viejo continente”. A este se interpone una cuota equivalente
al “sueño americano”, en referencia a personajes marginales que intentan
sobrellevar su estigma de subalternidad en base a alguna práctica que los
estimule y empuje hacia el optimismo (o la redención). Los precedentes en el
filme de Hawie son claros, sin embargo, sus intenciones son totalmente
distintas. Existe una cuota de originalidad que lo absuelve de una
argumentación trivial.
Toro (Paul Wollin) y
Víctor (Miguel Dagger) son dos grandes amigos y migrantes residiendo desde hace
años en Alemania. Por lo resto, uno es totalmente distinto al otro. Mientras
que Toro es entrenador de boxeo, Víctor se inunda cada vez más en las drogas.
Mientras Toro va ahorrando para sus sueños, Víctor se van endeudando producto
de sus vicios. El lazo que existe entre ellos, sin embargo, parece
inquebrantable. Por otro lado, está claro que Toro simula ser el sostén en
dicha relación amical, la misma que penderá de un hilo para cuando Víctor pise
fondo. A la referencia del boxeo, se me viene a la mente una película como The fighter (2010), de David O. Russell,
en donde un hombre tendrá que cargar con los tropiezos de su hermano. Continuar
con dicha rutina implicaría poner en riesgo las aspiraciones del primero. Esto
se plantea también en Toro, muy a
pesar, la reacción del protagonista principal se manifiesta a línea del estado
anímico que el director de esta película viene tejiendo.
Toro se perfila a ser un drama sombrío y depresivo. El filme despliega un
estado de incertidumbre y ansiedad a través, por ejemplo, de la musculatura tensa
y monocromática que su protagonista contagia. A propósito de eso, la fotografía
en blanco y negro predice un ambiente carcomido por los bajos fondos. Las
locaciones de esta historia se sortean entre bares, cuartuchos y espacios
abandonados; son lugares que invitan a la degradación. Toro está en medio de
todo esto. Su optimismo, sin embargo, insiste en mantenerse al margen. Él sobrelleva
los percances que se presentan en su rutina, sea trabajando como escort sexual
al servicio de mujeres o tolerando los tropiezos que pudiera generarle su
amigo. En respuesta a esto, se va manifestando los primeros síntomas de un
personaje reprimido. De pronto los silencios que vienen de Toro son
significativos. El golpe agresivo que aplica a un saco de boxeo, ¿es hábito de
entrenamiento o represión? ¿Qué significado tiene una primera visita a una
capilla? ¿Existe una culpa o es solo simple reclusión?
Martin Hawie realiza
un filme que pone al descubierto a un individuo impredecible. Lo que parecía
ser la historia de un hombre intentando cumplir un sueño personal, se torna a
la historia sobre el desmoronamiento de una integridad que, en cierta forma,
nada tiene que ver con las premisas iniciales. Ni el boxeo ni el tema de la
migración son medulares para este filme, sino, meras excusas que abren paso a
un personaje que será abatido por sus propios prejuicios. Sin darnos cuenta, el
protagonista de esta película ha sido víctima de una lucha interna que, para el
final de su historia, logrará despedir con ira desmedida. Si bien sus sueños se
vieran cumplidos, la derrota de Toro es clara, y frente a esto, no habrá carga
de culpa o búsqueda de alguna redención.
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