El director parece reencarnar
en su nueva película al personaje de su PostTenebras Lux (2012), un padre de familia que pasa su tiempo junto a su
familia en un rancho, lugar que se supone es de descanso, pero en donde reconoce
también un conflicto interno que comienza a mellar la tranquilidad aparente que
reina en su alrededor. Con Nuestro tiempo
(2018) el cine de Carlos Reygadas parece dar pauta de un ejercicio de confesión,
o es lo que invita a suponer al no solo ver al director siendo protagonista,
sino también a su familia y el propio entorno que le apasiona, lo que incluye sus
filias, desde la música instrumental hasta la sexualidad, esta como experiencia
y conducto con un concepto existencial. Juan, un prolífico y reconocido poeta,
pasa enteramente su vida en un rancho, espacio que su esposa ha comenzado a
rechazar a consecuencia de un affaire.
La naturaleza rural y
el sexo en el cine del mexicano siempre han tenido una semejanza. Estos dos
tópicos revelan un comportamiento ambiguo en sus personajes. Ellos aman y gozan
a través de este, pero en algún momento de la trama se despierta la duda y la
confusión. Nuestro tiempo abre como Post Tenebras Lux. Planos generales dan
pauta de una correspondencia entre el humano y la naturaleza. La inmensidad y
la belleza del contexto alimentan la fantasía del lugar apacible. El júbilo de
la infancia se interpreta como la humanidad estando a buen refugio dentro de
este universo. Lo cierto es que esta estética natural no es perfecta. La presencia
del barro germina lo defectuoso. En Post
Tenebras Lux esto se evidencia a los minutos con una tormenta, en Nuestro tiempo se manifiesta con menos
antelación mediante una manada de toros bravos. A metros en donde están los
niños, las bestias tienen su propio espacio. Lo curioso es que ambos grupos no
solo comparten el mismo terreno, sino también mismas pulsiones. Tanto los niños
como el ganado pugnan de manera instintiva respeto por el territorio sexual. Los
niños juegan contra las niñas y los toros luchan por las hembras. Esa será la
pauta de la trama. La sexualidad como motor de conflicto y pugna.
Vemos a Juan y su
esposa Esther pasando por una crisis matrimonial luego de una confesión sexual.
El sexo, que es expresión de deseo y amor, rompe con el orden y la tranquilidad
de las cosas. Pero está también el sexo como medio de experiencia. Es Juan hallando
en el voyerismo la única forma en que puede conseguir el placer sexual (que
también es amor) para con su mujer, quien ha comenzado a negarle su físico. Por
muy perverso que pueda ser dicha actitud, el deseo de Juan no es más que pura
abnegación. Nuestro tiempo es
básicamente similares posturas que Carlos Reygadas promovió en sus anteriores
películas, solo que en un situación distinta. Aquí vemos a un protagonista
contenido, abrazando a la reconciliación. Lástima que para el final se torne
trivialmente melodramática, pero no deja de ser interesante lo resto, que
incluye la formalidad con que narra mediante planos aparentemente inconexos,
además de una novedosa inserción de fabulación tragicómica.
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