Una historia divida en tres
capítulos, cada uno generando su propio conflicto. La película de Valdimar
Jóhannsson es una alegoría sobre qué tan impredecible y caótico puede resultar
el espacio natural para la humanidad. En algún punto de la bella geografía
islandesa, una pareja maneja su granja con aparente tranquilidad hasta la
aparición de una presencia insólita. ¿Bendición o maldición? ¿Es acaso un
indicio milagroso para recomponer una fractura marital o el principio de un
acabose? Lamb (2021) se sirve de la fantasía para crear una trama que
provoca sensibilidades dispares. Son dos las miradas las que se siembran en
este universo. Una desde un observador maternal/paternal y otra asociada a observador
coherente. Bajo esa lógica que incita esta historia, podría decirse que aquí el
amor de una pareja hacia su “hija” es demencial o incluso tóxico. Obviamente,
es un carácter impropio a la idea de una persona brindándole protección a un ser
indefenso de manera desprendida. Jóhannsson insinúa tal vez de que el afecto maternal/paternal
tiene algo de castigo. Ahora, capaz pueda ser también el deseo o necedad de
preservar a fuerza el vínculo marital lo que impulsa a estas personas a perder
la cordura.
Aunque la película no lo señale
de manera objetiva, esta pareja tiene antecedentes o razones que darían por
hecho una ruptura cercana. Lo cierto es que la aparición de la bebé Ana es el
motivador que hace omisión de todo aquello que un día fue infelicidad o engaño,
al punto de cancelar la lógica o las consecuencias que desataría esa extraña
adopción. Lamb hace posible un mundo en donde seres mitológicos existen
y conviven hasta cierta medida. La presencia de una especie seudohumana rompe
con la realidad, pero -aprovechando la idea de mitología- estimula a la
humanidad a socavar lo mejor de uno mismo, y de pasada lo peor. María (Noomi
Rapace) e Ingvar (Hilmir Snaer Guonason) pasan de ser pastores a ser padres. Es
un nivel de crianza superior que intensifica el compromiso hacia una especie,
que no es cualquier, sino tu propia especie. Pero aquí no sucede eso, lo que
hace inquietante a esta película. A propósito, es que comienzo a pensar en esta
comunidad en ascenso de personas creando un vínculo maternal/paternal hacia una
especie distinta. ¿Es que acaso Jóhannsson también está haciendo una alegoría
de una humanidad que ha dejado de domesticar a los animales domésticos para en
su lugar otorgarle los privilegios de una cría humana? De ser así, se insinuaría
también que esa misma comunidad estaría alineada a un comportamiento
extravagante, entre cómico y perturbador.
Lamb funciona bajo esos dos
razonamientos. La humanidad está en peligro dentro de un ámbito natural, así
como la humanidad está expuesta a la creencia de que es posible humanizar a las
otras especies que existen en la naturaleza. ¿Es eso también peligroso? Desde
la lectura de Jóhannsson, lo es y mucho. ¿Qué tan lejos estamos de un acto de
la apropiación de las especies? Es alarmante eso de irrumpir las rutinas
instintivas de las especies por la idea de defender una postura de mantenerlas
a distancia de un peligro. ¿Peligro de qué? ¿De la naturaleza? ¿El de su
espacio natural? ¿O ponerla a salvo de una humanidad nociva? ¿Es que acaso el
acto de imponer costumbres propias a un ajeno no es un gesto de dominación y
también nocivo? En uno de los primeros acercamientos entre el tío Pétur (Bjorn
Hlynur Haraldsson) y la pequeña Ana, este primero le ofrece pasto. Ingvar le
reprocha. ¿Quién hizo bien y quién mal? Aquí hay mucha paradoja. Tomando en
cuenta las intenciones insidiosas de Pétur es una infracción; sin embargo, el
acto en sí era propio de la naturaleza de la criatura. Lo mismo sucede con el
padre. Fue un acto de defensa, pero también una agresión contra el estado
natural de Ana. Y así hay más infracciones, ¿o proezas? Lamb,
definitivamente, es estimulante si se evalúa desde una perspectiva de lo
mitológico. Estamos en Islandia. Pesa un imaginario en donde lo mítico genera
héroes y antihéroes, subraya sus bondades, pero también sus defectos. La
mitología define perfectamente la imperfección de nuestra especie y qué tan
retadora es la naturaleza en donde nos tocó vivir. Esta es hermosa, aunque a
veces da miedo, tanto como nosotros.
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