Lo crítico de la última película de Andrew Dominik es que hasta cierto punto de la historia sus dos grandes valores se verán degradados a simples recursos de explotación. De pronto, su dirección de fotografía dejará de ser prodigiosa al convertirse en mero artificio de una fantasía de portada de revista, mientras que la potencial interpretación de su actriz protagónica se nivelará a las memorables performances de cualquier soap opera. Y es que ningún recurso fílmico, sea técnico o actoral, no puede desvincularse del discurso fílmico. Este es el corazón, eso que da vida o pone en marcha a toda película, y si este bombea sangre contaminada, pues todo el organismo se verá contaminado, incluyendo los órganos en buen estado. Blonde (2022) narra la biografía de Marilyn Monroe (Ana de Armas) mediante el uso de un filtro banal similar al que la industria de Hollywood usó contra mujeres y hombres, eso que se llamó el star system, el maquillaje que era imposible removerle de sus rostros a actrices y actores, tanto fuera como dentro del plató. Sea Marilyn o Norma, Dominik la descompone o martiriza ante la superposición de perfectos contrastes en blancos y negros, cenizas que parecen copos de nieve o suavizados de ensueño. El castigo aquí se embellece o, más bien, se explota.
lunes, 3 de octubre de 2022
Netflix: Blonde
Ahora, no es el valor estético lo
que degrada, subestima o fractura al discurso. Nuevamente, es la propia
argumentación o discursiva dramática la que alinea a Blonde a un
compendio amarillista. Es una película que no deja nada a la imaginación. El
drama, la depresión, la frustración o la furia se manifiestan de forma gráfica.
Su mismo simbolismo es como un cartel escrito en letras mayúsculas. Hay una
necesidad por subrayar el hecho, lo que a su vez cancela cualquier gesto de
interpretación o complejidad que pudiera tener la protagonista. Esta es una
película que nos dice y reafirma la lectura de su personaje. Aquí no existen
las lecturas alternativas. Cosa que no está mal. El cine o la dirección de cine
siempre será un gesto autoritario. Pero aquí definitivamente no hay discreción.
Pienso en otra biopic que tenía mismo potencial de morbo para los
tabloides, pero se libera de ese espectro. En Jackie (2016), Pablo
Larraín se sirve también de una hermosa fotografía para más bien describir un
grito reprimido. Es un cine especulativo, tiene instantes dolorosos, aunque sin
violencia. No es gráfico. Es reflexivo. Se comprende que el territorio de
Monroe es el del espectáculo. Siempre tendrá que haber luces y sombras a su
alrededor. El problema es que esa descripción sensacionalista invade también el
territorio interior de la protagonista. La intimidad de Norma Jeane se ve
cancelada, asaltada por el brillo espectacular al punto de deshumanizarla y
convertirla en un elemento más dentro de la portada o el encuadre de Hollywood.
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