Las películas de Mia
Hansen-Love evocan a situaciones convencionales. Estos se inclinan a ser dramas
puramente íntimos y que incluso se desarrollan en un principio con cierto
letargo. El modo narrativo en el que se despliegan sus tramas es de manera
secuencial. La historia de sus protagonistas es como la revisión de un calendario
al que le faltan hojas, como la separación entre un entonces y el “hace algún
tiempo”. En vía a esto, se percibe la fundación de un conflicto interno, uno
que con el paso de las fechas ha comenzado a agudizar la fragilidad de sus
personajes, a quienes veremos sufrir y, en el peor de los casos, fracasar.
Hansen-Love es sin duda una de las mejores directoras en la actualidad. Su cine
aspira a convertir sus modestas historias en grandes dramas o tragedias, y Primer amor (2011) no se separa de
este rito. Lo que simula ser el diario de una adolescente encaprichada con un
amor, se va convirtiendo en un acontecimiento perdurable, que la absorbe, la
deprime, la enferma y todo simula irreparable.
La relación entre
Camille (Lola Créton) y Sullivan (Sebastian Urzendowky) inicia como la de
cualquier pareja adolescente. Por un lado proyecta un amor casto y puro, pero
también revela un lado de debilidad emocional y hasta inestable. Son los
rastros de la inexperiencia. Es la joven que abraza con total dependencia a su
amante, mientras que este otro observa la posibilidad de nuevos planes y rumbos
que no incluyen a su compañera. Primer
amor cuenta las vivencias de Camille y sus vanos intentos por reponerse
ante la repentina separación de su amor juvenil. Hansen-Love posee una
narrativa que recuerda a las novelas epistolares francesas, al Truffaut de La piel suave (1964) o Las dos inglesas y el continente (1971)
o a algunos personajes de los Cuentos
morales de Rohmer. Es decir, la evolución emocional de un individuo en base
a un tiempo o temporada determinada. El filme de la directora francesa se
destina a representar la educación sentimental de su protagonista.
Más que rutas de
aprendizaje, Hansen-Love emprende historias de personas cargando sus dramas
internos. Sus personajes se mueven en base a sus antecedentes. El tiempo pasa,
mas Camille no deja de arrastrar su pasado, que es un luto que no duda en
exteriorizar. Se le ve en su radical corte de cabello, esa sexualidad que ha
sido obstruida por sí misma. Es como si la nueva vida de la joven proyectara un
aire reservado y conformista. Es su elección de una carrera universitaria impredecible
a su personalidad, un trabajo a medio tiempo, un nuevo amor, nuevos retos
profesionales. La joven ha cambiado su mundo, mas sus emociones permanecen preservadas
para su amante ausente. Primer amor
tiene ese engranaje de elipsis casi imperceptibles que manifiestan una
temporalidad que transcurre silenciosa. Es como si Camille pareciera estar
condenada a no cumplir con esa etapa de vida, pero lo cierto es que el tiempo
nunca ha dejado de fluir con deprisa.
Hansen-Love elabora
historias de personajes que sufren por lo irremediable. Débiles y frágiles ante
las adversidades que sus antiguos errores les ha heredado. En Todo está perdido (2007) un padre vive
arrepentido por el tiempo que no pudo compartir con su hija, en El padre de mis hijos (2009) una familia
carga con el duelo y las deudas de un padre angustiado por una crisis
financiera. Al igual que Camille, ellos fueron aspirantes suicidas. Mia
Hansen-Love revisita el tema del suicidio como ese punto crítico del drama, uno
que usualmente parte a sus películas en dos momentos. Pasada dicha crisis,
llega la recuperación que parece reivindicar. Primer amor es una fábula sobre una mujer que sobrelleva su
propio drama. No es ella, sino el tiempo el que va sanando sus heridas y frustraciones,
y ya para el final, es como si todo lo ocurrido hubiera sido anécdota. Ya ni
los lugares que un día visitaron juntos le recuerdan a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario