Alessandro Comodin convoca
mitos y fábulas, las desmonta y construye su propia historia. Los tiempos felices vendrán pronto
(2016) inicia con la fuga acontecida en un recinto, la cual evoca a alguna eventualidad
histórica. Más adelante el tiempo cambiará, y para entonces queda la duda si ahora
estamos tratando con algún incidente coetáneo o también pretérito. Comodin hace
difusa la temporalidad en la que se establece la acción, a propósito de la
convergencia de realidades. Un grupo de personas cita lo que pensamos es una
leyenda, pero más adelante esta se ve cristalizada a manera de remembranza. De
pronto los receptores de esa oralidad –la de un lobo “cazando” a la hija de un
granjero–, en algún momento fueron los protagonistas de esa historia. Es el
mito que deja de serlo cuando se manifiesta como algo legítimo.
En Los tiempos felices vendrán pronto lo
real y lo mítico se desenvuelven en un mismo ámbito. Como en tiempos
medievales, lo fantástico forma parte del cotidiano. Lo cierto es que no
estamos tratando con una fantasía tradicional, sino una que ha sido
reconfigurada a una visión no romántica. Por ejemplo, vemos a un lobo que no es
tradicionalmente un lobo, sino un condenado, un personaje atrapado por el
espacio, ahora asignado a cumplir un rol ajeno a su naturaleza. Esa última idea
es prácticamente lo que expresa Comodin a lo largo de su filme; retazos orales han
extraviado parcialmente su curso original a fin de crearse una nueva ficción.
Un subterráneo como el de “Alicia en el país de la maravillas” que no necesariamente
te traslada a un mundo surreal, una mujer vestida de rojo que no será devorada
por el lobo, son ejemplos de una lectura oral personal.
La película de Comodin
es atractiva a propósito de esa libertad de no asistir a una estructura
argumental habitual que manifiesta un conflicto y clímax. El director italiano
se inspira de las fábulas, pero curiosamente su historia no reconoce reflexión o
moraleja al final del camino. Los tiempos
felices vendrán pronto es un ejemplo del cine moderno empeñado en estimular
a partir del contenido ambiguo, citar una canción de sabor costumbrista y luego
una de rock, aludir a un relato familiar que escapa de las expectativas o convenciones,
o convergiendo el registro documental –personas completando un relato de
alusión folclórica– con el ficcional. Lo mejor es que Alessandro Comodin no
tropieza con lo pretensioso. La oralidad que dispone no exige de una lectura
puntual. La muerte que trasciende, la sexualidad y el amor se expresan en un
sentido universal.
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