Una de las bondades de
la ópera prima del colombiano Franco Lolli tiene que ver con la negación al
estereotipo social impuesto, casi canónico, sobre las clases sociales fijadas
en un contexto claramente desequilibrado. Gente
de bien (2014) narra el desencuentro entre la carencia y la abundancia,
siendo esta última la benefactora y complaciente. María Isabel (Alejandra
Borrero) es pues la madre de familia que se verá conmovida por el hijo de uno
de sus trabajadores, Erick (Brayan Santamaria), un pequeño de diez años, quien
será una especie de experimento sobre la alienación. Desde que el niño ha
ingresado al hogar de la mujer, este ha comenzado a ser receptor de un estilo
de vida totalmente distinto al suyo.
La vestimenta, los
tiempos de juegos, el ingreso a la intimidad ajena y confortable, además del
trato que recibe como un igual más, van forjando en Erick un nuevo individuo.
El pequeño parece ajustarse a la rutina de la clase alta, algo que por ejemplo
su padre rechaza tal vez por orgullo o enajenación. Ya más adelante, la
fantasía se diluye. Gente de bien
expone su posición sobre la división de clases, una que parece estar destinada
a siempre estar fragmentada a pesar, en este caso, del paternalismo de la clase
alta. La película se resuelve de una forma que da a interpretar una realidad fatalista.
Está en la naturaleza de la clase baja convivir con lo trágico.
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