Es de mañana. Una
pareja se prepara para algo. Aparece el dinero en escena. Hablan de transportarlo
hasta un punto, de que si se hizo una llamada a un tercer personaje, que es
tarde y luego harán el amor. Eso, en código Hitchcock, podría tratarse de un
futuro golpe o un robo. Hay un crimen del que los protagonistas no quieren
puntualizar. Una elipsis los transporta atravesando unas puertas de hierro. Es
como si hubieran estado dentro de una prisión. Una nueva elipsis los transporta
a plena calle. Sus miradas miran con recelo al público andante. La sensibilidad
de los jóvenes está en alerta. Entonces sucede lo impremeditado. Los nervios
llegan a un clímax y el “golpe” no se llevará a cabo; no ese día. El incendio (2015), primer filme en
solitario de Juan Schnitmann, inicia con esta farsa. La de una joven pareja haciéndonos
creer que acaban de cometer un crimen. Ya luego nos vamos enterando de su
rutina, una que está en frecuente estrés y tensión. Como si pensaran que en
cualquier momento el enemigo los fuera a sorprender. Lo cierto es que en parte
sucede eso. El enemigo nunca está lejos.
Schnitmann retrata la
historia de la disfuncionalidad en una pareja. No es una relación en crisis,
sino algo que se ha institucionalizado. Es decir, no es temporal, sino un
conflicto que se ha convertido en cotidiano y ha tomado por asalto todos los circuitos
por donde andan los implicados. Ellos parecen cargar ese ánimo hostil y
violento, por ejemplo, a sus centros laborales. A donde se muden, el fantasma
de la guerra se mudará con ellos. El
incendio hace una remembranza a películas como ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966), de Mike Nichols, o Rostros (1968), de John Cassavetes, en
donde se muestran a parejas que se han aclimatado a ese estilo de vida de
autodestrucción. Ambos flagelándose, inventando peleas, recriminándose,
echándose la culpa mutuamente. La relación de los personajes de Juan Schnitmann
se basa en el enfrentamiento masoquista, el que provoca heridas tanto físicas
como psíquicas. ¿Habrá algún goce en esto? Una escena sexual parece afirmarlo.
Cada seña de alguna posible “pacificación” (que no es más que otra farsa), se
diluye de inmediato. Entonces ellos habrán cumplido con su agenda del día.
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