Al igual que en su
ópera prima Abrir puertas y ventanas
(2011), la argentina Milagros Mumenthaler dispone un nuevo retrato desde la
intimidad, solo que en esta ocasión no optando por la simpleza visual, lo que
por cierto genera un complejo en el filme. La
idea de un lago (2016) hace alusión a los rezagos de la represión histórica
desde la historia de Inés (Carla Crespo) y su familia, quienes convivieron por
décadas con el trauma de la desaparición padre. Mumenthaler convierte a su
protagonista en fotógrafa y la converge a una serie de dilemas y situaciones
que terminarán por relacionar o evocar la ausencia de su progenitor. El estar a
puertas de la publicación de su libro ilustrado, su embarazo, su complicada
relación con su hermano y madre, y con su pareja, son circunstancias que se
manifiestan a modo de ecos que remueven su pasado.
La idea de un lago se gesta en base a la memoria y las relaciones filiales. El
recuerdo de lo frustrado ha generado síntomas que se reflejan en el presente y
han sensibilizado los lazos familiares, además de las emociones personales. Lo
reprimido, la devoción por cohabitar con el dolor en silencio, son actitudes
que se repiten entre los deudos. Inés, sin embargo, ha comenzado a dar pautas
de una intención por cerrar las heridas y reconciliarse con su pasado, a través
de su publicación y de una acción que de alguna forma está en búsqueda de un
cierre “real” respecto al tema del ausente. La directora pone a su personaje
principal a una continua evocación con los últimos recuerdos de su padre, y
otros instantes que dan pauta de la lealtad de una esposa y la privación de un
hermano, ello reflejado en el presente en un estado de preservación.
El filme aquí no hace
más reminiscencia que el de la ausencia, el del dolor personal y familiar, no
haciendo alusiones a cualquier ideología que pudiese haber sido la promotora de
esa desaparición humana. La idea de un
lago se empeña por sugerir lo emocional, esto desde una retrospectiva de la
ensoñación. La visión del pasado del personaje de Inés se relaciona
continuamente a estados alucinatorios que grafican o resarcen la carencia, tal
como sucede en la emotiva secuencia de juego entre un auto y la versión
infantil de la protagonista en el lago vacacional. Muy a pesar, Milagros
Mumenthaler opta por un asedio simbólico, esto al punto de generar una poesía
en exceso. De pronto la oda es repetitiva, aunque suceda con otras figuras o
alucinaciones.
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