Sebastián Lelio parece
hacerse un calco de sí mismo. Una mujer
fantástica (2017) usa misma plantilla argumental que Gloria (2013), a diferencia que aquí su protagonista es aspirante a
mártir. La pareja de Marina (Daniela Vega) fallece inesperadamente. Además del
duelo, la protagonista tendrá que enfrentar a la reacción hostil de la familia del
finado y un peritaje público –que se queda estancado–, siendo su condición de transexual
foco de prejuicios sociales. En Gloria,
Lelio también expone a su protagonista principal a una serie de complejos del
Chile actual; sin embargo, el personaje de Marina, o más bien su naturaleza, se
convierte en una suerte de esponja de pensamientos inescrupulosos. Es decir; su
trama camina entre un conflicto saturado e inmediato.
Cual héroe trágico, la
protagonista de Una mujer fantástica transita
de la estabilidad al descenso moral. De ahí en adelante, la misión de la
película será retratar a una mujer resistiendo al castigo, la fabricación de
una personalidad inquebrantable –como el personaje de Gloria–, que no se dejará
mellar por cualquier agente que cuestione su integridad. Literalmente, este
transexual caminará a contracorriente, recorriendo una pasarela de casa de los
espejos que la deforman, la tientan a desligarse con “lo normal”. Marina caerá
y se levantará, cantará, bailará, explotará, así hasta pasar la página. Una mujer fantástica tiene buenos
momentos –la escena en una disco y la develación de un casillero–, muy a pesar,
desde una visión general, la reciente película de Sebastián Lelio es tan
familiar, adolece de argumentos forzados y abusa del sentido alegórico.
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