Dos hermanos de
personalidades distintas, asumiendo un luto también de manera dispar. Pinamar (2016) luce como una historia de
vacaciones, de no ser porque está el trasfondo de la reciente muerte de una
madre. Pablo (Juan Grandinetti) y Miguel (Agustín Pardella) han retornado luego
de años al balneario de Pinamar para vender una propiedad familiar; será el
modo de romper con ese lazo emocional, al menos para el mayor de los hermanos.
Pablo, de serio semblante, será quien tome las riendas del proceso de venta;
mientras tanto, para Miguel será la oportunidad de renovar lazos de amistad o
de adoptar alguna relación amorosa. El director Federico Godfrid emprende una
historia de dos familiares dirigiéndose a un mismo lugar, aunque cada uno adoptando
sus propios planes.
Pinamar es atractiva sin manosear o saturar los efectos dramáticos o cómicos,
esto último ocasionalmente proveídos por el hermano menor. Es una historia de “verano”
en época de “invierno” con leves conflictos. Lo que era un viaje protocolar,
resulta un instante de descanso, aunque sin liberación de lo emocional. Tanto
Pablo como Miguel, optan por la omisión o la represión del dolor. Es también el
destino influyendo en el cambio del itinerario, las fiestas –literalmente– sin
guardianía de los adultos, la presencia de un personaje que dispone un ménage a trois, el amor que florece. Federico
Godfrid endulza a sus protagonistas, momentáneamente los hace olvidar a qué
fueron, para después enfrentarlos a lo que podría ser decisivo para sus nuevas
vidas. Es la última herencia de la madre no reconocida en el valor material.
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