Todo se sitúa en el
barrio de Don Orione. Una serie de testimonios y materiales fílmicos se remontan
a la vida de Alejandro Robles. Orione
(2017) parece querer retratar lo que fue en vida un hombre que se dedicó a la
extorsión, aunque solo alcanza a emprender una biografía incompleta. El
documental de Toia Bonino no hace seguimiento habitual a la figura de un
bandido. El desarrollo de su historia no aspira a lo épico ni promueve una
conciencia social. No se promueve un relato trágico ni mucho menos el de una
fábula. Más que el forjamiento a un héroe, hay un descubrimiento de lo
cotidiano, y este que va mencionando al aludido.
Orione no se dispone además a la argumentación o pesquisa habitual. Su
estructura sigue la unión a extractos de entrevistas a familiares y otros que
no tienen nada que ver con el desaparecido, pero que aluden a la rutina
degradada. Se adiciona el video casero y el material de propiedad pública, además
de secuencias habituales o sin trascendencia, siempre emparentándose con
cercanía o lejanía al difunto. El modo en que se funda la historia pueda que
sea lo novedoso, aunque el testimonio no llega a gestar atracción.
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