Una grata sorpresa Neruda (2016). En su nuevo filme, Pablo
Larraín aviva la llama de su historia con el lado polémico y morboso de su
protagonista principal, aunque con una intención de desprestigiar esas mismas
premisas. Este biopic sobre Pablo
Neruda (Luis Gnecco) inicia con la “cacería de brujas” que ordenó el gobierno
chileno a los comunistas durante la década del 40. Neruda, senador y paladín
del comunismo en ese país, tendrá que pasar a la clandestinidad en medio de una
popularidad alentada por su propio partido y el de una sociedad bohemia que –como
el escritor– observó en esa causa proletaria el mejor medio para ser eje de
idolatría. Con la persecución al poeta chileno, iniciará entonces su momento de
mitificación, tanto ahí como en Europa. Es Neruda versus el Estado opresor. El
individuo común versus una nación que soltará a sus perros, entre ellos el
prefecto de la policía Óscar Peluchonneau (Gael García Bernal), su más feroz
perseguidor, y también su más entrañable.
Neruda –de anfitrión
parodiando a Nerón entre una multitud de seguidores a un “perseguido por la ley”
que escapa a hurtadillas de sus celadores para ir en busca de seguidores– se
siente frustrado ante tal desazón rutinaria como enemigo público. Será el más
comentado de todo el continente, pero de qué le sirve si no puede celebrar tal
prestigio. Neruda, en su gran parte,
es el retrato de un ególatra que se mueve según conveniencias coyunturales.
Eran tiempos en que la sociedad se dejaba seducir ante los conceptos
románticos. Siendo poeta y comunista, Neruda tenía a medio mundo a sus pies. Solo
tenía que ser orador político y recitar su Poema XV (incluida la modulación de
voz de poeta) en público y hasta el cansancio. Larraín perfila, en tanto, al literato
sobrevalorado, explotador de la sensiblería, quien mientras tanto le sacaba brillo
a su insignia de buen amante. Todo esto se estaba derrumbando ante la ausencia
producto del cautiverio, pero sobre todo, producto de su despertar personal.
Pero Neruda no solo es Neruda, es también Peluchonneau.
La presencia de este teje una historia policial, la novela negra, siendo el
mismo Peluchonneau el detective del relato, siempre pisándole los talones al
fugitivo. Es el burlado por Neruda y humillado por sus jefes. Él es policía de
talante inflexivo, obstinado y melancólico por naturaleza. Esto es a
consecuencia de su historial. Bastardo, sin familia o afecto que lo ate a algo.
No hay nada ni nadie que le otorgue significado a su vida. Por eso es
implacable, pero también triste. Por eso quiere dar cazar a Neruda, su héroe,
tal vez porque ya lo conocía (¿por su literatura?) o porque en el camino se
encariñó con él. Neruda, a camino de
su fin, despierta una trama que la convierte en metaficción. Peluchonneau, un
nombre tan estereotipado, posiblemente siempre fue engaño de ese ególatra que
tenía de buhonero, pero también de genio creativo, y quien hizo de su
persecución sea un evento tan dramático que se extendió hasta los nevados chilenos
emulando una odisea western. Sin duda, es la mejor secuencia del filme.
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