Elle (2016) inicia con una escena sexual, violenta, repulsiva, pero, ¿es
acaso un evento dramático? Se podría decir que Paul Verhoeven abre su filme con un
discurso del shock; es decir, existe
una fuerte carga enérgica, y además acontece con prisa, al menos lo
suficiente como para obstruir el gesto dramático y dejar al espectador con un
sentimiento de impacto y confusión ¿Qué paso? ¿Quién es la víctima? ¿Quién el
agresor? Y recién para cuando se digiere lo acontecido, o sea, para cuando nos
alineamos al terreno de lo real (pues fue un quiebre de la realidad lo que
sucedió) y estamos dispuestos a dramatizar los hechos, reconocemos que algo no
encaja. Por motivo extraño, la protagonista, víctima de la agresión, luce con
un carácter habitual. No hay reconocimiento de congoja, represión o cualquier
aproximación de un comportamiento sintomático ante ese personaje, quien más
bien se maneja con total naturalidad ante su entorno y los que lo rodean. Una
vez más, confusión.
Verhoeven retorna a
sus raíces que crecieron durante su época inicial en los Países Bajos, haciendo
referencia a filmes como Delicias turcas
(1973) o El cuarto hombre (1983). Sus
películas entonces emprendían una prédica de la trasgresión, tanto en su dramática,
en su línea de conflicto, su introducción a lo políticamente incorrecto. Sus
historias y personajes emulaban a “balas perdidas”. Era un ir y venir de
situaciones y emociones impredecibles que hacían de su cine tenga un ritmo
dinámico, no dejando de ser provocativo y (sobre todo) sugerente. Sus
temas aludían a la perversión, y, en efecto, Elle se sostiene bajo ese perfil. Aquí recocemos a personajes que
quiebran el comportamiento de la “corrección humana”. Esto los convierte en sujetos
deplorables, aunque con un encanto lúdico. Es como si la irracionalidad de las
acciones que iremos viendo se impusiera al orden de lo cotidiano, a pesar del
absurdo, y de pronto todo comienza a reconocerse como una mascarada, un espectáculo
cómico en donde la moral es pisoteada y lo obsceno pareciese haberse
establecido.
Michelle (Isabelle
Huppert), una importante ejecutiva de juegos de videos, luego de un acto
violento, sigue con su rutina. Existen trazos postraumáticos, muy a pesar, más llaman la atención ciertos hábitos de la mujer, además de esos otros personajes que,
de igual forma, lucen hasta cierto aspecto estoicos ante el suceso o las mismas
marcas de la agresión. Existe un juego del egoísmo en todo esto, algo que la misma
Michelle evoca con maestría y total vileza. La filmografía de Verhoeven siempre
ha tenido esa inclinación por convertir en centro maligno a la mujer. Ellas (elles), sus personajes femeninos, son de
naturaleza acaparadora y pérfida, en casos hasta más que los personajes
masculinos. Ellas incluso parecen ser estimuladoras de los conflictos
masculinos. Ocurre en Delicias turcas,
en El vengador de futuro (1990) o Bajos instintos (1992). En Elle, ellas asumen de igual forma un
carácter que incita a "sus hombres" al desafuero, a la infidelidad, al
masoquismo. En esta película, las protagonistas principales son las mujeres, y
los hombres están girando en el entorno de las mujeres.
Se podría decir que en
parte existe una postura machista que, por ejemplo, cita los dictados del
Génesis, sobre la mujer estimuladora del pecado; sin embargo, está también esa
otra perspectiva de un falocentrismo derrocado. Lo vemos en la mujer como figura
de autoridad, tanto laboral como doméstica. En tanto, el hombre se comporta con
sumisión. La docilidad y la maternidad femenina son ideas enterradas en esta
historia. Cualquier dolencia coyuntural sobre la mujer como víctima dentro de
esta ficción es inexistente. Isabelle Huppert es formidable y desbordantemente sensual.
Como el Joker, es un agente del caos, juntando a ex esposo, amante y futuro
amante en una mesa la noche de Navidad. Paul Verhoeven realiza una película irreverente,
como en los viejos tiempos, digno de los de su generación, como Brian De Palma o
David Cronenberg, a quien parece hacerle un tributo.
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