Crítica publicada durante su estreno en Festival Lima Independiente.
Para los años 80, David Cronenberg comenzó a fundar realidades fílmicas en dónde la ciencia ya no solo era capaz de regenerar el cuerpo humano, sino también el de manipular la mente. En películas como Videodrome (1983) o eXistenZ (1999), el hombre, literalmente, es engullido por las nuevas ciencias, las mismas que lo han encaminado rumbo a las vías de la deshumanización. De repente la humanidad pasa de ser creadora a ser un injerto más de la tecnología. Es una mirada perversa y, a la vez, apocalíptica de la ciencia evolucionada. Videofilia y otros síndromes virales (2015) se podría decir que es una versión actualizada de ese apocalipsis, uno que a diferencia de las películas de Cronenberg, no necesariamente se conciben entre las paredes de un laboratorio o mediante la hábil praxis de un grupo de científicos o programadores. Aquí el “virus” se expande por todas partes, en distintas dimensiones y está al alcance de todos.
Para los años 80, David Cronenberg comenzó a fundar realidades fílmicas en dónde la ciencia ya no solo era capaz de regenerar el cuerpo humano, sino también el de manipular la mente. En películas como Videodrome (1983) o eXistenZ (1999), el hombre, literalmente, es engullido por las nuevas ciencias, las mismas que lo han encaminado rumbo a las vías de la deshumanización. De repente la humanidad pasa de ser creadora a ser un injerto más de la tecnología. Es una mirada perversa y, a la vez, apocalíptica de la ciencia evolucionada. Videofilia y otros síndromes virales (2015) se podría decir que es una versión actualizada de ese apocalipsis, uno que a diferencia de las películas de Cronenberg, no necesariamente se conciben entre las paredes de un laboratorio o mediante la hábil praxis de un grupo de científicos o programadores. Aquí el “virus” se expande por todas partes, en distintas dimensiones y está al alcance de todos.
En su nuevo filme, el director Juan Daniel F. Molero promueve lo que
sería una contemplación a las dinámicas de la “era digital” desde un punto de
vista truculento. La historia de una pareja de jóvenes es de pronto una ventana
a la perversión, siendo su principal proveedor la Internet o todo aquello que
esté ligado a los contenidos digitales. El director, sin embargo, no se
introduce de frente a hurgar entre las rutinas de los vicios y la depravación.
Antes de eso, lo digital se despliega como producto de consumo, sea desde el
chat con usos de alcahuetería o a través de un noticiario que informa sobre la
última paranoia colectiva que se desenvuelve en todo el Globo. Es decir, la
tecnología digital observada también como práctica sustancial en la actualidad.
Es desde esta premisa que iremos viendo a los personajes moviéndose en función
a dichas plataformas, desde las más cotidianas hasta las clandestinas. Aquella
convivencia será además la que generará un punto de inflexión entre la realidad
y las representaciones digitales.
A medida que sucede la trama, Videofilia sugiere una
realidad simulada. De pronto el contexto de los personajes fuera de los ámbitos
digitales va asumiendo rasgos que van desvirtuando la materialidad de su
naturaleza. Es la distorsión de la imagen, la sonoridad diegética que alude a
un videojuego, la reproducción del efecto trip provocado por
los narcóticos y que solo los sueños o el mundo digital son capaz de
representar. Hay una necesidad por desconfigurar lo real o incluso reemplazarlo
desde la perspectiva de un filtro digital. Son escasas las escenas en que los
protagonistas se encuentran frente a una pantalla o una lente. Como sucede en
las películas de Cronenberg, el culto o la fascinación a algo provocan efectos
y daños colaterales en sus consumidores o en la realidad de estos. Si bien los
personajes de F. Molero no sufren cambios fisiológicos o mutaciones, sus
cuerpos lucen sustituidos por meros registros digitales. Estos se pixelean, se
fragmentan y se deforman. Desde sus acciones más habituales hasta algo tan humano
e íntimo como la sexualidad; todo pasa a ser una representación visual y
sonora.
Ya
para el final de Videofilia todo ha perdido su
forma real y, curiosamente, la trama ha asumido además un giro en dónde la
realidad virtual le ha sacado ventaja a la realidad misma. Si bien en Reminiscencias (2010) F. Molero le
hallaba un uso esencial al registro digital empleado como fuente de memoria, en
ese mismo documental el director no oculta los percances técnicos, la imagen de
textura terrosa, el molesto ruido de la edición analógica. Videofilia y otros
síndromes compone esto y le otorga un sentido
en la trama. Es también un modo de filmar, cuestión que en la actualidad va a
contracorriente. A la línea de Bill Viola a algunos directores del videoarte,
Juan Daniel F. Molero parece ser parte de esa minoría de creadores aún
fascinados con los defectos del analógico. Un modo de ver el mundo sin las
expectativas que promueve, por ejemplo, la tecnología de una película
comercial. Por último, inevitable no separar la estética amateur con ese
deslumbramiento por lo voyerista, conducta que es evidente en su última
película como en Reminiscencias. El cine nunca
dejará de ser perverso.
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