Hay algo de John
Cassavetes en la historia. No me refiero necesariamente a Noche de estreno (1977), en donde también se ve a una veterana
actriz a vísperas de protagonizar una obra teatral, sino a gran parte de su
filmografía, que tiene como foco de atención a personajes emocionalmente
inestables. Tina, protagonizada por Valeria Bertuccelli, co directora del filme
junto a Fabiana Tiscornia, es una mujer que está confrontando una serie de
dilemas personales, domésticos y laborales a la vez; es decir, lidia con una
acumulación de disyuntivas. Ahora –y aquí viene el vínculo con el cine de
Cassavetes–, esto es un fruto que no es reciente, sino que se ha venido
arrastrando desde hace mucho al punto de instaurarse en la rutina de la actriz.
Por muy celebrada que sea su vida pública, la vida íntima de esta mujer parece
estar en un punto de quiebre.
La reina del miedo (2018) se reduce a Tina yendo de un lugar a otro, en
ocasiones dominada por un malestar anímico, comportándose bajo la improvisación
o en piloto automático. Ella no logra conciliar el sueño, tiene ataques de
ansiedad y paranoia, planea una puesta en escena sin mapa de ruta, no recuerda
las tres invitaciones que un amigo le ofreció. La desorientación y el
desaliento conviven con la actriz, y la realidad es que no hay seguridad de que
esto sea consecuencia de algún agente o razón externo. Un divorcio, un acoso,
un conocido enfermo; definitivamente, Tina se ve afectada por estos
acontecimientos. La soledad, el miedo y la tristeza la invaden. Sin embargo,
ninguno de estos es causa primordial de sus achaques. Se podría decir incluso
que es a propósito de estos que la protagonista reconoce una excusa perfecta
para liberar su lado innato.
El comportamiento de
Tina es casi enigmático, y esto hace que sus acciones y razonamientos también
lo sean. No es gratuito que La reina del
miedo inicie y termine con dos secuencias en penumbra que tienen poca
explicación. ¿Exageración o alucinación? Sea cual sea, muchas escenas ponen en
duda el juicio de la mujer, y lo estimulante es que la historia no hace el
mínimo esfuerzo por responder a estas interrogantes con lógicas. Nunca nos
enteramos la razón de los apagones, si hubo gente extraña parada en la puerta
de su casa, si el perro ladró; solo nos queda el testimonio de Tina y,
ocasionalmente el de una criada, jocoso personaje interpretado por Sary López,
que parece ser una extensión de la protagonista. Pero lo mejor de La reina del miedo es la actuación de
Valeria Bertuccelli. Solo el inicio es un logro actoral, que explota lo gestual
y lo corporal.
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