Más que un homenaje a
un baile tradicional, esta película se inclina al retrato de un espíritu
competitivo. La idea de Santiago Loza es ponernos al tanto de un circuito de
practicantes de malambo, y en base a esto ficcionalizar la vida de un bailarín
dispuesto a ganar un torneo de dicha danza. Malambo,
el hombre bueno (2018) es un documental que sigue a Gaspar Jofre, desde su
preparación hasta un concurso del popular baile. El director argentino compone
este seguimiento como si se tratase de una oda a su personaje. Lo define en
blanco y negro, nos dispone circunstancialmente de una voz en off que descubre las motivaciones y
temores de su héroe. Por encima del valor cultural, existe un valor humano. Gaspar
es talentoso para una cosas, pero para otras es defectuoso.
Malambo, el hombre bueno es la historia sobre una redención personal. El
bailarín no se ha recuperado de su anterior derrota. A propósito, se descubren
dos tipos de motivaciones que se gestan en cualquier competencia: la pasión y
el agravio. Gaspar, sin darse cuenta, ha perdido la pasión y ha estado
asumiendo la postura de un agraviado. Su derrota se ha tornado como algo
personal, y esta ha ido carcomiendo su tranquilidad y habilidad, al punto de
originarse una dolencia que le evita mejorar en su baile. Es curioso que al
poco tiempo de retomar su entrenamiento, Gaspar comience a sufrir de un achaque
físico, además de pesadillas. Síntomas parecen anunciar que antes tendrá que
poner en orden su condición mental y hasta espiritual. De ahí por qué es un
documental que redime a un hombre.
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