En la escena en donde
Jack Torrance ingresa a la habitación 237, el diseño artístico cambia a una
geometría en tonos pasteles. Stanley Kubrick parece hacer una alegoría a los
cuentos de hadas, en donde brujas atraen a sus víctimas en base a apariencias,
desde físicas como contextuales. Son bajo esos rasgos que se construye el
ambiente de la primera parte de Las buenas
maneras (2017), que de paso es lo mejor de la película. Los directores
Marco Dutra y Juliana Rojas se alían una vez más desde su estupenda Trabajar cansa (2011) y desarrollan una
historia que también desequilibra lo cotidiano, a propósito de una proximidad
fantástica. Ana (Marjorie Estiano) contrata a Clara (Isabel Zuaa) para que sea
la niñera de su primogénito por nacer. Rasgos ordinarios se perciben: la eterna
brecha económica que separa a las mujeres y sus respectivos mundos, la
parquedad de la enfermera, la soledad de la embarazada, y la cordialidad y
complicidad que se va gestando entre ellas.
Así como en Trabajar cansa, la extrañeza de algo,
que ya se anticipaba mediante su atmósfera, irrumpe el escenario. Clara se da
cuenta que la normalidad de su empleadora termina en las noches en que la luna
va tomando protagonismo. Las buenas
maneras se apropia del folklore gótico y la asienta en una ciudad
modernista. Lo cierto es que aquí el “terror” no se echa a andar
desvergonzadamente por las afueras, como sucede en la segunda mitad de la
clásica Un hombre lobo americano en
Londres (1981). Dutra y Rojas crean una historia sobre un monstruo en la
alcoba. Nadie sabe de su existencia, y qué decir de su origen. Y eso es lo que
hace estimar la primera parte de Las
buenas maneras. Suceden cosas, hay evidencias, y mientras no se manifieste
esa anormalidad que está incubando la madre, los efectos serán inquietantes.
Esa alarma, obviamente, se enciende en Clara, quien toma apunte y formula
hipótesis.
Ya cuando se manifieste
el monstruo, la película no plantea novedad. Seguirá esa presencia fantástica
en la alcoba, sin embargo, está claro que no por mucho tiempo. En esta sección,
el filme hace un recorrido que se siente predecible y, por tanto, largo. Las buenas maneras decrece su interés también
a causa de su dosis cursi, la que gesta el nuevo rol de Clara, que a su vez provoca
una nueva personalidad que hace contraste con la que notábamos a inicio de la
historia. Por entonces, la parquedad convertía a este personaje en otra
incógnita, la cual sugería una mezcla de ternura y sensualidad, como la que
gestaba Ana. No en vano las secuencias en que las mujeres fortalecen su vínculo
de relación son logradas, sin caer en lo pueril o gratuito. Por esta, además de
otras razones que acontecen en la primera parte, es que Las buenas maneras, en general, es una película que se aprecia. A
seguir lo próximo de Marco Dutra y Juliana Rojas.
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